viernes, 27 de noviembre de 2020

RESULTADOS DEL OCTAVO CONCURSO ESTATAL DE CUENTO Y POESÍA PARA NIÑOS Y JÓVENES SAN MIGUEL CAÑADAS TEPOTZOTLÁN 2020

Amigas y amigos, nos complace anunciar a los ganadores de nuestro Concurso Estatal de Cuento y Poesía para Niños y Jóvenes San Miguel Cañadas Tepotzotlán 2020, el cual, este infausto año decidimos dedicarlo a todo el personal médico mexicano que ha dado la lucha en contra del terrible Covid. Y también en memoria de todos nuestros compatriotas que han fallecido causa de la pandemia. 


Ganadores

Primer lugar: M. Alejandro Martínez Rivero (Ecatepec)

Segundo lugar: Wendy Josselin Rivera Millán (Ixtapan de la Sal)

Tercer lugar: Guillermo Manuel Ríos Hernández (Tepotzotlán)


Menciones honoríficas

Paola Elizabeth Espinoza Oliva Correo (Naucalpan)

René Agustina Trejo Vergara (Tepotzotlán)

Isabel Sánchez Romero (Toluca)

Diego Quintana Mendoza (Naucalpan)

Leonardo Díaz Colín (Toluca)


Menciones Especiales

No se pudo premiar estos cuentos, pues sus autores no residen ni son originarios del Estado de México, sin embargo, al ser un concurso que busca reconocer e identificar a jóvenes escritores, nos parece muy importante mencionar a estos dos creadores, una de la Argentina y otro de Tijuana, con el deseo de que sigan escribiendo.

María Belén Ferreyra Leguizamón (Argentina)

Eliana Lizarraga González (Tijuana)


La premiación se hará el viernes 11 de diciembre a puerta cerrada y con transmisión en vivo desde El Sitio Maya en el pueblo de San Miguel Cañadas, municipio de Tepotzotlán. A continuación dejamos a ustedes los trabajos ganadores para que disfruten de la buena literatura que los niños y jóvenes mexiquenses están escribiendo.  


PRIMER LUGAR

EL PODER DIVINO

M. Alejandro Martínez Rivero

San Cristóbal, Ecatepec 

 

Miré el crucifijo que colgaba de lo más alto de la pared; ése que había estado desde mis más profundos y antiguos recuerdos, perdurando en mi mente mucho más allá del día en el que llegué aquí. No iba a continuar lo que había estado pasando día a día. Jesús me miró, implorando que lo destruyera contra la pared, no por capricho; era por algo mayor que el deseo de destrucción. La luz entraba por la pobre abertura y el tórrido cuarto se inundaba insaciablemente de los espectros que el sol mandaba para que nuestra desdicha fuese aún mayor. Gracias a eso entendí que no solamente existía yo junto a la cruz, aunque lo había previsto anteriormente, pues en mí radicaba un conocimiento, que, valiendo la redundancia, me permitió conocer el lenguaje, sin embargo, éste era inútil si no se me permitía manejarlo con nadie, mas con el Jesús que sufría ilusionadamente la llegada de algo mayor a lo que los hombres podrían aspirar, con ese mismo que ahora era una cerámica. En cierto punto sentí compañía, escuché claramente cómo me hablaba. Él era mi salvación, no simplemente espiritual, pues física también.

“Destrúyeme, hazlo y encontrarás un camino distinto, lejano de este terrible entierro,

desencadenado a la mismísima muerte; fuera de todo pecado. Despedazarme contra la pared se te es concedido, porque es la manera de escapar. Yo, cómo tu Dios, te he entregado de lo que ahora gozas para que con ello efectúes el verdadero conocimiento que alumbrará las noches más sombrías, cruces los mares más turbios y el incierto Universo sea ahora claro. Destrúyeme y encontrarás la reconciliación”. Me lo pedía hasta el punto de implorarme, creí que después del extraño transcurrir del tiempo mi cordura había sido arrastrada al borde del precipicio, pero con lo poco que me quedaba de ella lograba evitar deshacerme de mi creador.

“No puede un hijo matar a su padre”, pensé.

“No te pido eso”, me respondió la tormentosa voz, “No te pido que me olvides, sólo

que me dejes. Deben crecer, madurar y seguir su propio camino. Así como un niño se deshace del padre, el hombre lo hará conmigo.”

Logré, con dificultad, dormir de forma profunda, pero incluso así, él estaba en mis

sueños. Evadí ese pensamiento y no supe cuánto dormí. El lloro del crucificado me despertó y, sobre agua —una ligera capa de agua— permanecí perplejo, inmóvil por fuerzas mayores a mi voluntad. Llovía fuertemente. De alguna manera entraban chorros de agua por orificios pequeños de los que nunca tuve conocimiento. Los truenos rompieron mi parálisis y el cuarto se inundaba a velocidades vertiginosas. Jesús lloraba desgarradoramente, pero mis gritos no podían ser abatidos; cada que él derramaba lágrimas y sollozos, mis bramidos le superaban “¡Cállate, cállate!”. Con

valor, di media vuelta, miré el crucifijo que colgaba de lo más alto de la pared, ése que había estado desde mis profundos y antiguos recuerdos, perdurando en mi mente mucho más allá del día en el que llegué aquí. No iba a continuar lo que había estado pasando día a día. Y Jesús me miró y lo miré y me decidí. Tomé la cruz del pie, convirtiendo aquella parte en empuñadura y los brazos en la temible cuña que golpeaba con castigo las paredes de mi encierro. A cada choque que daba en la abertura bajaba del cielo un rayo, seguido del trueno, que chocaban en mi mismo blanco. Cayendo así el muro con una última explosión, y entre polvo y gotas veía un nuevo día. Donde la lluvia había terminado vi montes que hacían un  camino que dividía la luz. Sentí el viento solano esparcido sobre la tierra y un cordero escaló los restos de la estructura, se acercó y se echó a mis pies.


SEGUNDO LUGAR 

CARNE DE MI CARNE

Wendy Josselin Rivera Millán

Colonia Ixtapita, Ixtapan de la Sal

Hace un año encontré por casualidad su blog. Lo habría pasado de largo de no ser porque las palabras en el título me resultaron una manifestación más allá de un simple déjà vu; no sólo las había leído antes, yo mismo había diseccionado la frase en mi mente algún tiempo atrás. Leí la entrada más reciente, y la conexión con sus palabras fue tan intensa que me quedé leyendo las demás hasta que la biblioteca cerró. Volvería al día siguiente para continuar con el resto; en ambas ocasiones, regresando a mi casa sin dejar de pensar en la familiaridad que percibía en aquellos cuentos y poemas, la íntima sensación de encontrar escrito aquello que has pensado y nunca te molestaste en nombrar.

Claudia, mi hermana, me dijo que no encontraba nada raro en eso, y yo seguí leyendo cada una de las publicaciones del blog con una sensación incómoda clavada en el pecho. No era tan sencillo restarle importancia pues, para mí, la poesía está hecha de pulsaciones: la mínima unidad en una persona, plasmada en el mínimo retrato, y leer un poema implica profanar lo intrínseco de sus sentimientos en estado bruto, el producto más puro surgido de pulsaciones. Lo que marcaba la diferencia al leer esos poemas resultaba ser que yo era el invadido, expuesto por culpa de la precisión que un desconocido poseía a la hora de hablarme de mi propia vida.

Sin embargo, un día la incertidumbre que se había enredado en mi interior se llenó de espinas y se volvió sofocante. Tras leer el cuento recién publicado, que se trataba de un chico llamado Julián que tenía una necesidad imperiosa de matarse de hambre, la rabia me invadió, y decidí usar el único contacto disponible, una dirección de correo electrónico, para hacerle saber al autor del blog que no tenía el derecho a usar mi nombre y mi mayor secreto para escribir un cuento con situaciones tan específicas que resultaba imposible interpretarlas como un mero producto de la coincidencia. Todavía antes de dormir, en mi cabeza revoloteaban sus palabras, altivas y cargadas de alegorías que en ese momento dejaron de gustarme. “Se ha arrancado la carne con las manos. Los otros la comen mientras él guarda su parte entre las servilletas”, era una de las frases que no olvidaría.

Al correo enviado ese día le siguieron varios más, hasta que una semana

después me respondió:

 

Vaya coincidencia. Lamento si te molestó, pero yo no sé quién eres y te aseguro que no tiene nada que ver contigo. De vuelta: es una gran coincidencia. ¿Sabes qué más es una coincidencia, además de que te llamas como el protagonista de mi cuento? Yo también me llamo Julián.

 

Después de eso, con un poco más de calma, le pedí que me jurara que no me conocía. Él lo prometió, con palabras que aun escritas me parecieron tan confiables, que sentí ganas de llorar por la vergüenza, y añadió que era probable que ni siquiera viviéramos en el mismo país, y era verdad. Ahora que sabía que vivía en el país vecino, tan lejos como para conocer el más insignificante detalle sobre mí, hubo espacio para pensar que incluso cuando no estaba escribiendo ficciones dolorosas, sus palabras me parecían tan íntimas como mis propios pensamientos.

A partir de entonces, el otro Julián y yo comenzamos a intercambiar correos. Con el tiempo, adopté la tendencia a pensarme como el artífice de ambos, siempre representados como dos siluetas que se mueven en la misma dirección, lentamente, hasta converger y volverse una sola. Por otro lado, moría por poder ponerle un rostro al otro Julián, con el temor secreto de que él no fuese más que un espejismo tan mal elaborado que ni siquiera pudo aparecer más cerca. Ese mismo tiempo también me hizo ver que no todo acerca de Julián era gentileza. A pesar de nuestra amistad, él continuó escribiendo cosas que, le hubiese contado yo mismo o no, me herían en lo más profundo; Julián bordaba sus palabras con hilo rojo y la tela estaba entre nosotros dos, y a él no le importaba si me pinchaba los dedos con su aguja.

Un día, Julián me dijo que tenía ganas de verme y que estaba dispuesto a viajar para hacerlo. Fue en ese momento, cuando me hacía comprobar lo yo había decidido, que era volver a separarnos, pues yo jamás podría ser como él y, entre los dos Julianes, él era el mejor. En esos días, recorría las calles imaginando cómo sería cuando él caminara por ellas junto a mí. Él vendría a este pueblo tan refundido en la nada, donde todo es pueblo y cerro...cerro y pueblo y del que ni dios se acuerda, tan sólo porque sintió que debía conocerme.

Ahora camino hacia su encuentro y, al llegar a la plaza, que a esta hora se encuentra bañada por la luz del mediodía y repleta de gente que será testigo de mi horror cuando, al acercarme al kiosko, frente al que Julián me espera, él se gire para mirarme, mientras articula una escalofriante sonrisa, una que conozco muy bien:

La mía.

 


TERCER LUGAR

SERES

Guillermo Manuel Ríos Hernández

Loma bonita, Tepotzotlán

Había una vez una gatita llamada Miau miau que sufría de problemas estomacales. A la pobre Miau siempre se le escapan unas ventosidades tremendas; se asustaba y se le escapaba una, estaba feliz y se le escapaba otra, saltaba y salía una más. Toda su familia ya estaba acostumbrada a su “pequeño” problema; sin embargo, esto no evitaba que huyeran cada que ocurría. Ya habían visitado a un sinfín de veterinarios, todos hacían diagnósticos entre ellos gastritis, intolerancia a su alimento y hasta crecimiento de bacterias; pero a la Miau ningún tratamiento le resolvía su problema.

Un día como era de costumbre, la gatita estaba invadiendo el espacio personal de su dueño. De pronto una pequeña cuerda bajo por uno de los poros de su pequeña nariz y de ella se deslizó una persona aún más pequeña.

    ¡Hey, por aquí, grandulón!—gritó la personita.

El joven se incorporó de un salto, se talló ambos ojos y se cercioró de que era real. Después de calmarse contestó:

    Pero ¿de dónde has venido tú y cómo es posible que seas tan pequeñita?

    Pues eso mismo quiero explicarte —contestó la mujercita—. Resulta mi querido Memo…

    ¡Dios mío!, si hasta te sabes mi nombre —interrumpió Memo—. ¿Cómo es eso posible?

    Déjame explicarte, yo vengo del interior de tu gata, y estoy aquí porque necesito tu ayuda urgentemente. Mmmm cómo te explico… ¡Ya sé!, mira todos los órganos son países y yo soy la embajadora del intestino delgado, y ya sabes que necesito hacer lo mejor para mi pueblo, es por eso que estoy aquí. El país del intestino grueso, como debes de conocer, es donde almacenan las heces y esa cosas —interrumpió ella misma su explicación acompañada de una expresión de repulsión—. Ese país está tratando de invadirnos, así es mi querido Memo, estamos en plena guerra. Es por ello que nuestra pobre hospedera no podrá terminar con sus problemas hasta que termine la lucha, porque eso son problemas producto de esta lucha sin causa justificada.

    Bueno ¿y qué quieres que haga?

    Necesito que me des probióticos para poder deshacernos de toda la gente enemiga y así poder ayudar a tu mascota y terminar con todas estas muertes masivas que ocurren diario.

Mientras ellos charlaban no se percataron de que por la otra fosa nasal iba cayendo otra cuerda, y de ella otra persona.

    ¡Alto! ¡No lo hagas! —grito la otra persona—. No puedes ayudarla.

Ambos se asustaron, pero Memo dejó que el hombrecito hablara.

    Soy el embajador del intestino grueso, y lo único que estamos haciendo es reclamar nuestros derechos como seres gathumanos que somos —dijo el hombre, exaltado en rabia—. Nos han marginado desde hace siglos, tenemos salarios denigrantes y nos niegan cualquier tipo de tecnología, a pesar de que nuestro trabajo es de los más importantes de entre todos los órganos. Lo único que buscamos, joven Memo, es una mejor calidad de vida, aunque eso signifique violar la ley y entrar a los demás países en busca de ello, ¿acaso es eso peor que lo que ellos, nuestro país vecino, hace?

Memo enmudeció, no sabía que pensar o decir. Hasta que la embajadora del intestino delgado habló:

    No deberías creer nada de lo que dice, son unos ladrones y traidores a las leyes impuestas por la ODC (Organización del Cerebro), sólo está usando la compasión para engañarte y manipularte, debes de ayudarme a mí que busco la paz y restauración de la vida.

El joven pensó unos minutos sobre qué podía hacer.

    Pero si la Miau tiene apenas dos años ¿cómo es posible que su problema lleve siglos existiendo? —dijo Memo—.

    En nuestro entorno el tiempo transcurre de manera diferente —dijo el hombrecillo.

NOTA: Se han diseñado tres finales para que el lector escoja el de su agrado.

PRIMER FINAL

    Ah —contestó Memo— ¡¿Tiempo?! ¡Dios! ¡¿Qué hora es?! ¡Mañana tengo un examen importantísimo!, ¿alguno podría decirme cuánto tiempo llevamos aquí?

Inmediatamente la embajadora sacó lo que parecía un reloj de bolsillo antiguo, y calculó el tiempo.

    ¿Y por qué tú no has hecho nada para darme la hora? —preguntó Memo al embajador que parecía asombrado por el relojito.

    Si te estoy diciendo que no nos permiten el acceso a las nuevas tecnologías que porque son exclusivas de clases superiores a las de “los obreros de las heces” —replicó el hombre—. A duras penas si podemos saber la hora por los horarios de comida del gato, ya sabrás porqué.

El muchacho examinó las pertenencias de ambos y en efecto, el viajero traía apenas algunos víveres, en cambio la otra persona cargaba con un montón de artefactos, una brújula, un telescopio, etcétera. Memo tuvo una idea, fue a buscar un montón de mini aparatos electrónicos y se los dio para que así la gente del país del intestino grueso pudiera ponerse en marcha con su propia revolución tecnológica.

SEGUNDO FINAL

Seguido de esa respuesta ambos personajes se miraron con una cólera que Memo ni si quiera imaginaba existente. Así que el joven se dio cuenta de que el conflicto no iba a solucionarse tan fácil. De pronto otras tres vocecitas invadieron la silenciosa riña:

    ¡Hola! —dijeron tres mujeres que hablaban en una especie de coro—. Formamos parte de la ODC que existe en el otro gato de la casa. Últimamente mucha de nuestra población perteneciente al intestino grueso ha disminuido drásticamente, debido a que ya nadie quiere tener hijos, nuestra gente joven es casi inexistente, amenazando así con muchos problemas no solo de salud para nuestro hospedero, sino también políticos y económicos para nuestra sociedad.

Todos escuchaban atentamente, aunque aún sin entender a dónde querían llegar las tres coristas.

    Hemos escuchado el problema que están discutiendo —continuaron— es por eso que les tenemos una propuesta. Queremos que la gente de su intestino grueso se mude al nuestro, les ofrecemos todo aquello que les han negado, así como un nuevo tratado donde se estipulen sanciones a los que lo violen.

    ¡Pero esto es un robo! —gritó la embajadora— ¿Acaso planean dejarnos a nosotros sin funciones gastrointestinales? ¡Esto es inhumano! —continuó gritando la mujer, casi llorando de desesperación.

    Pero ¿no era acaso eso lo que tú querías hacer? —interrumpió Memo—, pretendías matarlos ¿qué más te da si se van o no?

    No quería matarlos a todos, sólo quería amansarlos un poquito. Si se van ¿qué vamos a hacer? Tendremos que hacer su trabajo…

El embajador se aprovechó de la debilidad de su enemiga para formular un tratado entre ambos órganos, estipulando derechos, sanciones y obligaciones de ambas partes. Sin embargo, esto no evitó que algunos de los habitantes de intestino grueso que no creyeron en la transparencia de este nuevo suceso, y que habían escuchado la propuesta de la ODC perteneciente al gato vecino, aceptaran dicha invitación, mudándose así al intestino grueso del gato más gordo de la casa.

TERCER FINAL

La repuesta de Memo se vio interrumpida por el crujido de la puerta de su cuarto abriéndose y el sonido de unas garras deslizándose de la madera hasta tocar el piso. Era el perro más joven de la familia que asemejaba entrar buscando algo porque olfateaba mientras caminaba, pero inmediatamente vio a las personitas pareció olvidar todo, y confundir la agudeza de sus voces con el zumbido de algún insecto, criaturas que disfrutaba de perseguir. Los reflejos de Memo y de las personas fueron más lentos que la agilidad del perro, que corrió hacía los diminutos visitantes y los devoró. Y así fue como se desvaneció la posibilidad de terminar una guerra. Bueno por lo menos en esta ocasión.




MENCIONES HONORÍFICAS

 

A los gatos no les gusta la lluvia

Isabel Sánchez Romero

Rancho Maya, Toluca 

 

Tengo dos gatos en mi casa.

Uno se llama Wilburd

Y el otro se llama Flora.

Flora es la más cariñosa,

come más que Wilburd

Y está bien gorda.

Si a ella le hacen cosquillitas

Cierra los ojos,

Y estira las patas.

Wilburd saca la lengua y me lame la mano.

El otro día,

Le estaba enseñando a escalar,

Pero se cayó el muy sonso.

Flora se parece

A una gata que encontré en un libro,

Tiene los mismos ojo

Y la misma cola,

 

¡Hasta han de ser amigas!

Wilburd me sigue mucho

Y me despierta a todas horas.

Además, es más cochino

Nada más se hace popó donde quiera.

Wilburd y Flora son mis gatos,

Los quiero mucho

Porque están conmigo.

Aunque a veces también me enojo con ellos.

Y si algo tengo que decir de ellos,

Es que a los gatos no les gusta la lluvia.

 


EL YATE DE DICIEMBRE

Paola Elizabeth Espinoza Oliva

Santiago Occipaco, Naucalpan

Estaba ahí, sentado en un pupitre, contemplando el predominante silencio de un salón vacío. El hierro oxidado de las ventanas aullaba agudo ante el empuje del viento. Los nubarrones grises de colmillos negros y amenazantes grumos, son los mismos que mi abuelo habrá visto en una madrugada de diciembre de 1956. Las olas azotando el yate robado que tenía por nave, la brisa de la selva, y el concierto que las cigarras cantan cuando la luna reverbera en las profundas aguas de la costa. Una muralla verde y fuerte se extiende allá a donde mire, los gigantes guardianes de madera mecen las ramas que tienen por melenas al ritmo de la tormenta; expiran las frutas arrastradas por la corriente cambiando su aliento dulce por uno pútrido. Si algo había visto Gerónimo Alvarado en sus tiempos en el Amazonas, eran riachuelos de corriente mansa —de esos que los niños usan para jugar barquitos de periódico— arrasar chozas y ganado, una vez que llovía.

    ¿Quién era? ¿Quién era Gerónimo Alvarado?

Pregunto al escritorio donde la profesora me habrá de mirar con esa expresión entre de extrañeza y enojo, tan característica de ella siempre que me dirige la mirada, o menciona mi nombre en la lista

    Un desahuciado que llegó el mismo día que un par de hippies, o como a él le gustaba llamarlos, “piojosos desalineados”, a una agencia de renta de botes para turistas.

Contesto alzando un lápiz en señal de remembranza, doy un suspiro y continúo:

    La única constante en su vida era su mala suerte, pues, hasta el barco turístico de segunda que había apartado, fue comprado por un hombre cuya respiración parecía estar siempre entrecortada. Fue tal su cólera que abrió directamente la puerta de un puñetazo y le exigió al dueño de la tienda que le diera lo que él había pedido—cambio mis gestos tratando de imitar los de mi abuelo—“¡Un yate!, ¡¿Qué es que un hombre ya no puede vivir sus últimos días a su manera?!”— la silla se queja ante el peso de mi determinada actuación—  Lo dejaré corregir sus errores porque es un inexperto y no conoce lo que es la muerte—pienso en la rabia ahogada que el buen abuelo debió haber guardado en su manchado pecho.

La lluvia se anuncia con los rugidos del cielo, los autos estacionados a las orillas de la avenida se miran insignificantes ante las nubes, que siendo dueñas del destino de lo que hay bajo ellas, liberan sus lágrimas enérgicas. Quizá es que lamentan todo el tiempo que han estado allá arriba, incapaces de tocar la tierra. Pronto comenzaría a granizar, y los niños que bajarán del autobús apenas podrían cubrirse bajo el resguardo de sus mochilas sostenidas sobre sus cabezas. Los más rezagados brincarían entre charcos, indiferentes al hecho de que sus uniformes se verían mojados, al menos, hasta que la supervisora se lo señalara.

    Peores tormentas han habido y peores tormentas habrá.

Desde la primera vez que la frase salió de boca de mi padre, no dejaba de repetirla. Un escalofrío recorre mi espalda, obligándome a sacudirme ligeramente. La brisa recae directa sobre mi cara, aprieto los dientes sosteniendo férreo el timón, el viento no es clemente con ningún navegante. La marea amenaza con hundir esta embarcación, pero hasta no llegar a la Patagonia nadie tiene permitido ceder. En otra costa, con un barco igualmente destruido, unas cuantas decenas de desafortunados estarían librando una batalla más ardiente y más injusta que ésta. Porque quien pelea, lo hace por una causa, y una causa no es más que la aspiración de hacer de la vida algo de valor.

Anclo en una playa. La arena reluce entre la oscuridad debido a su blancura, la resaca que durante la tarde mecía a quienes disfrutaban del sol invernal, ahora se mostraba rebelde, enloquecida por los encantos de la luna. Siento como mis costillas se estrujan, contrayéndose de dolor, mis carnes se han consumido pese a tener la alacena llena hasta el tope. Me resguardo en el único camarote, cubriéndome con una cobija de lana tejida por mis propias manos, esas que alguna vez fueron magras y tersas. El firmamento, que ahora es guía de los físicos antes que de los marineros, resplandece entre las incontables estrellas, tantas como los granos de roca pulverizada que conforman la arena, y susurra un consuelo, un aliento de ánimo.

Otros tantos van llegando, atravesando la puerta del salón, dejando un rastro de agua tras de sí. Corren de manera disimulada, cuidando no resbalar, pero aún así lo hacen. Yo me jacto en silencio. Por primera vez, llegar con una hora de antelación, había valido la pena. Viajar dos horas en un tráiler de carga y transbordar tres estaciones en los trenes rurales, todo para llegar hasta allí y burlar de tanto en tanto las costumbres de quienes están tan cómodos que se quejan de su carencia de incomodidad. Charlan entre sí, preguntándose paranoicamente cuál era la tarea, algunos para cerciorarse por cuarta vez que la tienen en el cuaderno, mientras que otros, se enteran en el momento. Siempre me ha parecido cálido el murmullo de la multitud, sólo entonces puedo mencionar en voz alta mis propios pensamientos sin que nadie me pregunte qué fue lo que dije. No es lo mismo tener una plática consigo a sabiendas de que hay más de un oyente.

En un café a las orillas de la selva, un hombre con un chal bordado a mano, toma mi orden sin necesidad de palabras. Ambos miramos detenidamente las señas del otro para poder descifrar sus intenciones, es así que el hombre parte hacia la pequeña cocina de leña en el fondo del local. El lugar huele a humedad, las sillas son de madera preciosa y las columnas que sostienen la habitación están forradas de enredaderas que han nacido voluntariamente entre el suelo de fragmentados mosaicos. La riqueza de las tierras es tal, que se desborda a donde quiera que mires.

    Luego se atreven a decir que fuimos colonizados—resoplo—¿qué clase de ignorante podría pensar algo así? Si alguien nos ha colonizado, no puede ser nadie más que Pachamama.

El café hirviendo, servido con huevo que hacía unas cuantas horas la gallina aun empollaba, era lo que unos pulmones cancerosos en un cuerpo gastado necesitaban. A unos pocos metros, se encontraba colgado el retrato de unos jóvenes que consolidaban matrimonio en aquella misma playa, el fotógrafo había firmado bajo el nombre de Henry Foster. Como, pensando en la suerte que debió haber tenido ese extranjero para llegar hasta una playa perdida en el trayecto al fin del mundo. Dejo unas cuantas monedas de más en forma de agradecida propina y desanclo.

El reloj marca cinco minutos antes de las 8:00 am. La costumbre diaria, obliga a todos a acomodarse en sus lugares. Pese a la hora, sus rostros están despiertos y su boca mueve cada uno de sus músculos en un intento por comunicar todo lo acontecido durante el fin de semana en esos escasos cinco minutos. La profesora llega, en su caminar se denota su cansancio y más allá de eso, su frustración. Da un pequeño bostezo que tapa con su mano, se talla ligeramente los ojos y se sienta detrás del escritorio. A un pupitre de distancia estoy yo, su alumno favorito. Ella no suele demostrarlo, pero en el fondo sé que me tiene mayor consideración que a muchos de los presentes, quizá por mis orígenes, quizá por mi ingenuidad.

Tras el pase de lista, la clase comienza, nuevamente el silencio regresa. Hay una pregunta acerca de la liberación de las Américas y su principal protagonista: Simón Bolívar, pero no hay indicios de una respuesta. Yo alzo la mano, pero la profesora la baja con su mirada. No pasaron más de tres semanas con una de mis participaciones diarias, para que se acostumbrara a ellas y las acallara. Un breve discurso sobre la responsabilidad y un recordatorio de que tenemos que estudiar, y la clase prosigue. La mujer habla sobre las batallas libradas para la liberación de Cuba y la dictadura de Fulgencio Batista, leyendo un libro de texto y ordenándonos hacer un resumen, en lugar de ello, yo preferí hacer una representación gráfica. El tiempo fluye como el caudal de un río, entrego el trabajo realizado en clase.

    Óscar, esto no es lo que pedí.

    Es más de lo que me pidió.

    Tendrás que entregar el resumen de tarea, si no, hablaré con tus padres.

    Está bien.

Ella desvió la mirada como si sus pupilas le pesaran y dio término a la clase con la misma pregunta de todos los días.

    Bueno, eso es todo por hoy ¿alguien tiene algún dato que quiera compartir con sus compañeros?

Inmediatamente levanté la mano. Largo y tortuoso es el viaje que se sigue desde el nacimiento a la tumba. Mejor testigo de ello no había en ese momento que no tuviera por nombre Gerónimo Alvarado. Al igual que un guerrillero que toca tierra, hay una mezcla entre miedo e intriga que no llega a diluirse entre sí, cuando uno se encuentra frente al portal que años atrás dejó. Cuando los rostros con los que se creció y posteriormente se abandonó en busca de un mejor futuro se congelan en un instante tan diminuto que pasa por desapercibido. En ese momento, se dejan atrás todos los pensamientos, todos los juicios o acciones, y aquella mezcla heterogénea se convierte en el combustible del alma. Al sonar del timbre, una joven corre a abrir la puerta, sus ropas, ligeramente agujereadas por la fricción constante contra su piel que representa la jornada diaria, se dejan entrever con el girar de la perilla. Desde hacía veinte años que ese lazo se alimentaba haciendo caso omiso de la distancia.

    Tuve que ir al fin del mundo, solo para morir en tus brazos.

Con una mirada incrédula, húmeda por las lágrimas inefables que se derraman por sus mejillas, la joven deja que el mundo se desvanezca.

    Puedes quedarte el tiempo que quieras, papá.

Mi insistencia fue un tanto ignorada, pero al final, la profesora cedió ante ella.

    Sí, Óscar.

    Mi abuelo conoció a la tripulación del Granma— con un aire de soberbia y un toque de frustrada malicia, la mujer dijo.

    ¿En serio, Óscar? Supongo que deberás tener pruebas de algo como aquello.

Ella esperaba a que el niño regresara a su asiento y se quedara en silencio con la cabeza baja, se dio la media vuelta en su escritorio, mirando hacia la puerta.

    Sí, es esta foto—Óscar sacó del fondo de uno de sus bolsillos, el retrato de Gerónimo posando con el Granma.

 

 

DOS CUENTOS

René Agustina Trejo Vergara

Tepotzotlán 


El mundo ha caído 

Hola me llamo Lisa Moolmg y es el año 2060. El mundo ha caído consecuencia de la contaminación. En teoría el mundo ya no existe, algunos disque se lo llevaron a otro planeta para salvarlos, pero en realidad mataban a la gente y otros murieron poco a poco por la desesperación que nos invadía por el hambre y la locura. Pocos, como yo, lograron sobrevivir. Les contaré cómo he llegado hasta aquí. Estábamos comiendo pues mi esposa había preparado pasta. Mi hija jugaba y brincoteaba, cuando escuchamos gente gritando, golpeando y matando. Nos escondimos pero lograron entrar y agarraron a mi hija y a mi esposa. Quise detenerlos, pero quedé pasmado. Desde ese momento me prometí ser fuerte, ya que la culpa me atormentaba y pues aquí está con vida todavía buscando gente y a la vez comida volviendo al tema yo logré encontrar un refugio años después logré encontrar la razón por la cual la gente perdió la cabeza los científicos de laboratorio Kim habían descubierto que a causa de la sobrepoblación y contaminación del mundo estaba a punto de desaparecer y si no hacían algo probablemente morirían en meses Así que se pusieron a trabajar en un gas que mataba la gente sin ningún dolor pero algo falló ya que el gas al tocar a la gente la volvía loca rara y muchas veces hasta peligrosa empezaron atacarse y ellos terminaron destrozando al mundo. Yo sabía que el mundo ya no iba a ser como antes. Sólo el tiempo podría ayudarnos. Pero tenía que seguir sobreviviendo y ayudando a la gente. Hoy he explotado el laboratorio pero antes he robado la cura. He de decir que fue difícil, pero lo logré. Seguiré buscando gente que todavía tenga probabilidades de que lo salve la cura hasta aquí mi reporte espero juntarme algún día con mi familia

 

El Kiñak

 Algunos dicen que yo le he inventado, otros que es sólo una leyenda, pero otros dicen que es el ser más horrible que existido en el maldito mundo. Es un ser del que se tiene registro hasta en época prehispánica. Se encontraron códices en donde los mexicas hablaban de él como el ser más peligroso y astuto que hay existido. Si ellos hubieran conocido al demonio hubieran pensado que era su misma imagen encarnada un día. Lo encontraron y vieron sus hermosos colores. Lo atraparon y pensaron que era un regalo de los dioses. Al acercarse al final éste los vio con sus horribles ojos negros sin pupilas y ellos asustados corrieron y le avisaron a la gente sobre el terrible monstruo. Ellos salieron con lanzas y ondas en busca de ese demonio y al llegar lo vieron y con otros hombres también quedaron cautivados por su hermoso pelaje. Unos guerreros trataron de advertirles que no se acercaran y el Kiñac se aventó sobre ellos, pero lograron atraparlo aunque sus garras ya llevaba la sangre de 7 hombres. Lo llevaron al templo más alto y prepararon el más grande sacrificio para sacarle el corazón. Se derramó su sangre cubriendo la escalinata de este templo y poco a poco este se fue haciendo negro al ser cubierto por la espesa sangre. El pueblo empezó a desaparecer en la oscuridad y cuando llegó la luz de la luna ya no existía una sola persona en ese lugar. La gente que volvió a poblar ahí supo de la existencia del Kiñac y al caminar por el pueblo algunos notaban en el suelo lo que parecía ser el pelaje de colores magníficos e inimaginables Pero eso no fue lo raro lo raro fue que los niños y las demás gente empezaron a desaparecer. Con miedo, la gente se fue yendo poco a poco y  aunque no tenían pruebas tampoco tenían dudas de que el culpable fuera el Kiñac.



 HISTORIAS CON HOJAS Y LETRAS

Diego Quintana Mendoza

Praderas de San Mateo, Naucalpan 

La carta de las segundas oportunidades.

De nuevo en su balcón…

Todas las tardes a la misma hora se ve desde mi ventana, sus dibujos son los

mejores, los he visto todos. Este día es diferente, sus lágrimas caen a través de sus mejillas pálidas, las delicadas gotas mojaban el papel esparciendo la tinta de los ligeros trazos por la hoja amarilla; acabada por el tiempo al igual que ella. La persona con el alma más joven de todas, sensible como su último dibujo. Un corazón con cicatrices. Cicatrices, una señal de que te han herido, una señal de quehas sanado, la señal de que no te rendiste. En un efímero momento las lágrimas se detuvieron, como si el tiempo se hubiera quedado quieto.

    Todo va a estar bien- dijo con una pequeña pero sincera sonrisa

Ella es mi abuela, la mujer de alma de acero. En sus pequeña mesa del balcón está su carta , la carta que dice que tendrá una segunda oportunidad de vivir, dicen que si quieres vivir mil vidas tienes que leer pero si quieres vivir para siempre tienes que escribir.

    Ahora me doy cuenta— susurró

Sus lagrimas no eran de tristeza eran de emoción, por fin pudo publicar su libro, una pequeña parte de ella expuesta al mundo.

Creo que mal interpreté la situación, cometí un pequeño error… pero acaso no se trata de eso aprender de los errores. La hojas de celebración

    ¡Ven a comer hijo!¡- gritó mi madre desde la cocina.

    ¡Ya voy! ¡Solo terminó la tarea y voy! —grité desde mi cuarto

    ¡Preparé tu comida favorita!- gritó mi madre nuevamente.

    ¡ Ya voy!- grité otra vez, pero esta vez un poco más fuerte.

Terminé con los problemas de matemáticas, salí de mi cuarto y baje lentamente las escalera. Cuando estaba a cinco escalones de llegar a la cocina algo me detuvo, una fuerza mayor que la mía me jalo hacia atrás, quiera gritar pero su mano me interrumpió dejando escapar un leve quejido.

Me giré para ver quién era el que me mantenía acorralado.

¡ERA MI MAMÁ!

    Shhh, ¿Tu también la escuchas?— preguntó mi madre con su voz apenas audible

    ¡Listo!- grité

Ese momento fue el momento más feliz de todos, por fin terminé mi libro.

No había notado que la ventana estaba abierta, así que decidí prender la pequeña chimenea en mi cabaña. Para festejar de terminar la novela, fui por una botella de vino, intenté abrirla pero no lo logré, volví a la mesa donde estaban todas las hojas en las que escribí mi mayor logro. El viento se hizo más fuerte y decidí buscar de donde venía tanto viento, de un segundo a otro todas las hojas de la mesa volaron alrededor de la habitación, en un intentó de tomar las hojas que volaban accidentalmente las hice que se dirigieran a la chimenea. No pude salvar ninguna hoja, todas cayeron al fuego.

La silla de los minutos de más Cuando tenia siente años mi madre me compró una silla con una imagen de una flor con moño, ahora tengo 10 años y se que las flores no usan moño ahora esa imagen me parece ridícula. Cada vez que me portaba mal mi madre me decía “quédate sentada en esa silla por 10 min y piensa en lo que hiciste, cuando termine ese tiempo vendrás conmigo y te disculparás”.

Estaba leyendo un libro sobre un señor que escribió la mejor novela del mundo, cuando la terminó el viento se llevó sus hojas volando y las dejó caer en la chimenea de su cabaña.

Toc toc

    Hija, ven ayudarme con la comida que la familia ya está a punto que llegar— exclamó

Mi madre mientras tocaba la puerta velozmente y seguía caminado por el pasillo

    Solo déjame terminar de leer- contesté mientras pasaba a la siguiente hoja

Terminé de leer y fui hacia la cocina.

El lugar estaba hecho un desastre, había comida en todos lados, en el piso, en las paredes e incluso el techo estaba manchado de comida.

Mi madre furiosa regresó del patio de la casa.

    ¡Te dije que bajarás a ayudarme, ya llegaron las visitas y tu apenas llegas!— gritó furiosa mi madre— Te quedarás media hora sentada en esa silla y si no te quieres disculpar no me importa ya estoy harta de ti— dijo con su voz habitual cuando no quiere que las visitas se enteren.

Mi madre de nuevo se fue con las visitas y me dejó sola en la cocina… sentada en la silla que odio. Las visitas nunca me importan pero sus caras sí, a veces invento historias con ellas. El primer señor tenía la cara más aburrida de todas y sus manos llenas de hollín, la señora sentada al lado izquierdo del señor parecía mi abuela, siempre se le quedaba viendo a nuestro balcón, eso es muy raro y por último estaba nuestro vecino, un adolescente que siempre observa a todos desde su ventana.

Todos parecen tan aburridos, ni siquiera me di cuenta que ya había pasado la media hora, pero eso no importaba porque ahora me gustaba la silla. No sabía que esas personas serían mi nueva familia, mi madre siempre tenía esas visitas para que las familias me adoptarán y por fin encontró la familia correcta y eso era algo bueno porque yo tampoco la quería a ella.

Al final todo saldrá bien y si no es así, aún no es el final…

¿Verdad?

 


El Pulpo Estrella y mi primer deseo

Leonardo Díaz Colín

Colonia Independencia, Toluca

 

Era un día soleado a principios de diciembre. Pronto sería mi cumpleaños, así que todas las

noches me dormía pidiéndole al Pulpo Estrella, que es un ser mágico del que me hablaron

mi mamá y mi abuelita desde que era muy pequeño, para que mi papá despertara al día

siguiente pudiendo caminar. Nunca le había pedido nada en el universo.

Desde que recuerdo, mi papi usaba silla de rueda, así que ir al parque o tener una

junta en la escuela era todo un problema porque en los parques nunca hay rampas ni manera

de que mi papá pueda estar conmigo en los juegos. En la escuela, las juntas las hacen en un

salón del segundo piso, así que mi papi no puede asistir nunca a firmar mis boletas o a

platicar con mi maestra.

Esa mañana, el sol entró por mi ventana y me pegó en la cara. Abrí los ojos

lentamente y no podía creer lo que estaba viendo. Mi papá estaba en mi cuarto saltando:

¡Hijo, puedo caminar! Sorprendido, recordé lo que le había pedido al Pulpo Estrella y me

sentí muy feliz, había escuchado mis deseos.

Me vestí lo más pronto que pude mientras mi papá corría por todos lados, saltaba,

daba pasos de baile y vueltas de carro. Él tampoco podía creerlo. Subimos a su coche y

pasamos a casa de mi mamá por mi hermano. Teníamos muchos planes.

Lo primero que hicimos fue ir por un helado. Después llegamos a una feria donde

mi papá ganó todos los premios para mi hermano y para mí. Mi papá me dejó poner la

música y recorrimos la ciudad riendo y cantando. Todas las aventuras que tuvimos fueron

increíbles. Yo no quería que se terminara nunca. Al final fuimos a dejar a mi hermano a

casa de mi mamá y él y yo, al llegar a nuestra casa, nos quedamos profundamente

dormidos.

La mañana siguiente, me despedí de papá y me fui corriendo a la escuela. Mi tía

pasó por mí a la hora de la salida y me dijo que me iba a llevar de compras. Contento,

escogí uno de mis juguetes favoritos y comimos pizza. Entre el día anterior y este podía

decir que habían sido los mejores días de mi vida.

Cuando volví a casa, recibí una noticia que no esperaba: mi papi había muerto. Sin

saber qué hacer, lloré y le pedí a mi mamá hablar con mi abuelita. Fuimos al velorio y, a

pesar de saber que ya nunca lo volvería a ver, pensé que en el cielo no se necesita silla de

ruedas o bastones y eso me hizo sentir muy feliz.

Esa noche en mi sueños, escuché a papá decir: Siempre estaré a tu lado, hijo.

   

MENCIONES ESPECIALES


MARES DE LA MENTE

María Belén Ferreyra Leguizamón

Tres Isletas, Chaco, Argentina 


Ella se ve tan fuerte, tan dulce, tan valiente.

 

Pero lo que no se puede ver es que no solo la tristeza la puede dominar, sino también la ira y el enojo.

 

Pensamientos negativos que suelen generar tormentas, hasta llegar a hacer desbordar los ríos de la mente, que poco a poco, estos se van convirtiendo en mares cada vez inmensamente más grandes.

 

Cuando llega ese momento en donde todo se excede, ya las gotas comienzan a caer, sabiendo que ese mar ya inundo todo y hasta lo más profundo de tu alma, siendo este el único modo para que ya acabar con esta tormenta.

 

Al notar su alma inundar, puedes ver como en sus ojos se refleja su apagar, como con cada pensamiento su luz se desvanece más.

 

Pero todo malestar tiene su final, al llegar esa estrella comienza a alumbrar, las tinieblas y nubes grises de la tormenta y ese malestar se empieza a esfumar.

 

Ese mar, se volvió río, ese río, se volvió laguna y en su debido momento un charco insignificante, el cual con el tiempo el lugar se volvió árido, los pensamientos pueden rondar, pero nunca más afectar y jamás ocasionar que el lugar se vuelva a inundar.

 

Con todo esto ella aprendió que la tormenta al terminar, un arcoíris saldrá, que la tristeza no dura ni durara, mucho tiempo, solo un obstáculo más será y que las lágrimas pueden lograr limpiar tu alma.

 

Por más obstáculos en tu vida, con esfuerzo, lo podrás pasar. Pues la estrella te recordara que

 

Tú siempre podrás.



Ernest De Las Estrellas

Eliana Lizarraga González

Tijuana

Hace muchos años un pequeño niño nació gracias a la explosión de una estrella en el cielo, una que había habitado en la

galaxia por más de ocho mil millones de años, esta estrella era tan grande como el Sol (Que también es una estrella) solo que

esta era quince veces más grande. El pequeño niño nació siendo huérfano ya que su madre: La estrella más hermosa en el

universo murió dándole la vida.

Durante sus primeros años de vida tuvo que vivir solo, sin ayuda de alguien más, sin mantas que lo cubrieran o brazos que lo

acunaran, estaba completamente solo viviendo en una de las tantas nubes que habitan el cielo, solo que él estaba en la más

cercana a la tierra, claro que eso no significa estar lo suficientemente cerca como para tocarla porque aun así nos faltarían

años como seres humanos que vivimos en la tierra.

El solo estaba acompañado de una circular luz flotante que lo seguía a donde sea que vaya, a menudo le platicaba muchas

cosas, le enseñaba números y letras, sobre todo lo protegía de los muchos kilómetros en todo su alrededor tanto como se

pudieran imaginar, pero él prefería estar sentado al borde de su nube mirando los planetas que estaban por debajo de él, todos

eran tan diferentes entre sí, intentaba responder por qué todo a su alrededor era tan diferente, las grandes esferas llamadas

"Planetas" son más chicas que su nube con diferentes tamaños entre sí, incluso tienen diferentes colores. Descubrió que estos

planetas además de ser conocidos por "Planeta" tenían un nombre, uno que los identificaba entre otros, y entre el sistema

Solar, la gran estrella caliente, padre de la luz en ese pedazo de Sistema. El pequeño consideró en también tener uno, un

nombre para identificarse entre tantas cosas, pensó en tal vez llamarse Helio porque el sol estaba en gran medida compuesto

por ese elemento, pero él quería tener un nombre que no hubiera escuchado así que pensó, se tomó su tiempo por algunos

cuantos años, hasta que como si una fuerza superior se lo hubiera dicho despertó un día de su siesta con un nombre en la

mente.

---¡Ernest!, ¡Me quiero llamar Ernest! ---Grito alegremente mientras saltaba.

De vez en cuando el conversaba con su luz más allá de lo que ella le enseñaba. Todo lo que sabe es gracias a esa mini bolita de

luz que apenas era del tamaño de su palma. Ernest amaba el espacio, aunque siempre se sintió solo porque no había nadie con

el en ese lugar. A menudo Ernest bromeaba con que su luz era Ceres, un planeta enano y el objeto más grande del cinturón de

asteroides por lo que el nombre se le ha quedado.

En el momento cuando decidió su nombre se sintió tan alegre, por fin encontró uno que le gustara. Siguió brincando tan alto

como sus piernitas lo dejaran, pues ahora él sería parte de este gran universo. Pero lamentablemente como siempre estaba casi

en el borde, en uno de sus saltos cayó de su apresiada nube, la que siempre estuvo para el desde que nació, encontraba confort

en cada parte de ella y ahora solo observaba como el de a poco se alejaba de ella, viéndola más y más lejos. Su luz preocupada lo

siguió durante su trayectoria hasta terminar de caer a uno de los planetas que anteriormente había estudiado. Cayó en un

árbol que no era ni una primera parte de su nube, aunque para una persona de la tierra esté era de los más grandes. Su cuerpo

se sentía diferente, como si no fuera el, algo había cambiado que lo hacía sentirse incómodo. Miró hacia arriba donde debía de

estar su casa, pero ahora no se podía ver una mínima parte de ella, apenas se podía apreciar las demás nubes. Fue entonces

cuando Ernest lo supo, él estaba tan lejos de su hogar.

Comenzó a llorar sin querer parar, estando en su nube nunca lo había hecho, pero ahora en este mundo le comenzaba a salir

agua de los ojos, era totalmente extraño, lo que hizo que se asustara más. Pero no pasó mucho sintiéndose extrañado, porque

frente a él veía una luz.

---¡Ceres! ---Exclamó tan alegre que ahora cayó del árbol golpeando todo su trasero.

"Tranquilo" escucho la vocecita de Ceres, una que solo podía escuchar él, le sostuvo la mirada a aquella luz que antes era

diminuta, ahora era más alargada, tenía menos brillos pero estaba igual de hermosa que siempre, tan cálida y familiar a él.

---¡Estoy tan contento de que estés conmigo! ---Sonrió enternecido. Junto sus manos para extender sus palmas hacia Ceres,

quería tenerla entre sus manos.

Cuando la pequeña esfera de luz reposo en sus manos pudo notar que no eran las mismas de antes, éstas manos eran más

grandes que las de anteriores, ahora sus dedos eran largos y sus palmas un poco regordetas. Miro a su cuerpo, tenía las piernas

extendidas en el suelo ya que había caído de espaldas, se levantó un poco solo para cuestionar a su compañera.

---¿Por qué ahora tengo este cuerpo? ---Preguntó confundido.

"Hemos estado cayendo por muchos Años luz, miles para ser más exacta.. Aunque no sé cuántos exactamente".

Ernets se mantuvo pensativo por eso, y observó un poco más sus piernas largas. Ha pasado por años de crecimiento mientras

caía ¿De tanto se ha perdido?, un dolor en su pecho lo hizo quejarse aunque eso no lo detuvo mucho ya que se levantó del suelo.

"Te debes acostumbrar al oxígeno de la tierra" susurra Ceres. "Y también debes acostumbrarte a la..." justo cuando iba a

terminar su oración el chico se cayó de nuevo "Gravedad".

No era un secreto que cada planeta tenía su propia gravedad, peso y masa, así que Ernest debía adaptarse a eso, sin mencionar

que ahora tenía un cuerpo más grande. Posiblemente en años humanos él tendría por lo menos diecisiete años, como Ernest es

hijo de una estrella que se encontraba en el espacio tendrían que pasar miles de años para que pueda cumplir por lo menos

dieciocho, pero estando en el Tierra un año tenía 364 días por lo que sabe los humanos festejan el día de su natalicio.. Lo que

llaman "Cumpleaños".

Aun sabiendo algunas cosas sobre este planeta Ernest estaba muy emocionado por describir que era lo que habitaba ahí, que

tantas cosas había por descubrir, porque aunque amara su nube y la extrañará con todo su corazón, sabía que la tierra era muy

interesante.

---¿Qué es esta extraña criatura? ---Pregunta asombrado.

Frente a él había un pequeño conejito, tanto el animalito como el chico no se movían mientras se observaban mutuamente.

"Eso que vez frente a ti es un mamífero lagomorfo llamado Conejo. Se alimenta de lechuga y vive en bosques como este..

Aunque prefieren campos extensos cubiertos por matorrales donde poder esconderse." ---Explicó Ceres.

---Está criatura es tan hermosa ---Se asombró aún más cuando vio al conejito mover sus bigotes.

Ernest se incoó para poder apreciarlo mejor, sus ojos eran tan grandes y negros que parecían pequeños asteroides, veía muchos

cuando estaba en el espacio, pero el estar justo ahí hincado en el pasto fresco con una corriente de aire sobre él y un conejito

frente a él con los ojos iluminados por el sol del día, era algo que no podía explicar porque se sentía bien.. Se sentía diferente

estar ahí. Después de un par de segundos más el animalito se fue brincando.

Ahora Ceres y Ernestl debían emprender viaje a alguna parte que los cubriera, aunque no sabían qué tipo de cosa estaban

buscando, ya que Tanto Ceres como el jamás habían dormido o vivido en otra parte que no fuera la nube en el gran espacio.

Caminaron por el bosque sin rumbo durante algunos días, pero para nada era tan malo como parecía porque durante el camino

aprendió muchas cosas. Descubrió que en el tierra podía "Llover" así era como le llamaban a la caída de agua desde las nubes.

Ernest había pasado por muchas "Lloviznas" pero él siempre las veía desde arriba, siempre se preguntó cómo se vería desde

abajo, y aunque fuera algo bonito de ver debías de cuidarte porque si no te mojas.

Afortunadamente antes de comenzar este día encontró un par de prendas que tomó de unas rocas, era un pantalón que le

quedaba poco más alto al término de sus pantorrillas y una camisa a botones blanca, la verdad no le quedaba muy grande, pero

para alguien que nunca había vestido sentía que le quedaba bien. Aunque trae algunas prendas consigo ahora debe buscar

donde cubrirse contra la Lluvia que había mojado todo su cabello azulado. Encontró un lago y a pocos pasos una cueva que se

veía muy bien para habitar, así que decidió adentrarse, al principio era muy oscura, después se iluminó por la Luz de Ceres

mostrando que no eran los únicos ahí.

---¿Quién es Usted? ---Pregunta amenazante una Muchachita con toda la ropa mojada, incluso su cabello que era muy negro y

largo estaba empapado.

Ernets se sorprendió, jamás había convivido con otro "Humano" y esos días no se había topado con ninguno; Hasta ahora.

---Mi nombre es Ernets ---Se presenta.

La muchacha no muy convencida aún lo miraba mal, sus padres le habían dicho que jamás confiara en extraños y ahora tenía

que estar en una cueva con un Chico que no conocía, sólo hasta que la Lluvia se calmara.

---¿De qué Reino Proviene? ---Pregunta la bella muchacha.

Al parecer ella era una Princesa del Reino de Merex, había estado leyendo por la tarde frente al lago, no solía hacerlo a

menudo, pero cuando sus padres la dejaban descansar en sus aposentos, ella aprovechaba para escaparse al lago y leer un poco.

---¿No responderá? ---Vuelve a preguntar con una ceja levantada.

---Yo no vengo de ningún reino, he nacido en el cielo gracias a la explotación de una Estrella. ---Trata de explicar, aunque

frente a él sólo tenga una mirada extrañada.

---¿Tu Provienes de las Estrellas? ---Lo mira seria.

---Vengo del cielo, vivía en una nube. La más cercana a la Tierra ---Señala con un dedo al Cielo. ---Pero he caído de ella hasta

aquí, caí a tu Planeta. ---Expresa simple.

En el rostro de la Muchachita se expandió una larga sonrisa, una que era sincera. Estar en el palacio era tan aburrido porque

nadie tenía sentido del humor, pero este Chico frente a ella por alguna razón dice que viene de una Estrella.

---Nunca había conocido a nadie que viniera del Cielo ---Volvió a reír.

Por otra parte, Ernets veía cada expresión sin comprender mucho de ellas. Pero le gustaba la forma en que despegaba sus

labios mostrando los dientes para dejar ver una sonrisa, así que intento recrearlo aunque no lo logró muy bien.

---¿Qué intestas hacer? ---Preguntó divertida la Princesa.

---Intentó hacer lo mismo que tú ---Se pone serio ---Eso que haces con tus labios.

---¿Te refieres a esto? ---Ella vuelve a sonreír y Ernest afirma con su cabeza. ---¿Nunca habías sonreído? ---Ahora ella se pone

seria.

---No sé qué es sonreír. ---Responde. Ceres siempre le ha ensañado muchas cosas, números, letras, etc. Pero acerca de las

emociones no había dicho nada.

Ambos permanecieron callados escuchando los truenos de la tormenta que se aproximaba, era interesante de escuchar algo así

porque en el espacio no hay ruido. De a poco el sol se iba escondiendo y ellos lo podían notar en la entrada de la cueva.

---En veces me pregunto porque tiene que irse el Sol. ---Dijo la Princesa sentándose en una roca.

---Cuando estaba en mi nube, siempre veía a tu mundo porque a diferencia de los demás, este tiene vegetación por todas partes.

---Ernest expresa.

---¿Hay otros mundos? ---Pregunta extrañada.

---Claro que los hay, ellos orbitan alrededor del sistema solar.. ---Miró el rostro de la Princesa y ella no estaba muy convencida.

---Déjame mostrarte.

---¿Cómo harías eso? ---Confundida, la Princesa vio como Ernets tomaba una rama de punta fina, por suerte pudo encontrarla.

En el piso comenzó a dibujar unos grandes círculos, comenzó con tres hasta dibujar casi once, uno sobre otro, al círculo central

lo llamó "Sol".

---Este de aquí ---Señala Ernets al centro---Es el Sol, porque todos los planetas del Sistema Solar giran alrededor de él. ---Ahora

señaló a los demás círculos ---Aquí es donde orbitan los planetas.

Comenzó a dibujar los planetas por orden y como recordaba sus tamaños:

Sol

Mercurio

Venus

Tierra

Marte

Júpiter

Saturno

Urano

Neptuno

---¿Así es como se ve desde arriba? ---Pregunta la Princesa.

Ernets se toma un momento para responder, no había recordado cuán hermoso es todo desde allá, pero sabía que tal vez todo

pasaba por algo, que nada era una coincidencia y si su destino así lo quiso.. Puede que su destino siempre fue permanecer en la

tierra.

---Siento algo raro en mi pecho ---Dice Ernets poniendo una mano en este, pues sentía una presión ahí.

---Tal vez eso es tristeza ---La Princesa mira sus cabellos Azules, jamás había visto algo igual. ¿Y si es verdad que viene del

espacio? ---Puede que extrañes tu hogar, por eso sientes eso raro en tu pecho. Me ha pasado cuando me separó mucho tiempo de

mi hogar.

---¿Tristeza? ---Se pregunta Ernets a sí mismo. Comienza a llorar porque ya no está pisando lo acolchonado que estaba su nube

y porque extrañaba contar las estrellas, los asteroides y las vueltas que daban los planetas cada día.

---No estés triste, Ernets ---La princesa trata de animarlo poniendo una de sus manos en su hombro. ---Hay mucho que hacer

aquí en la tierra.

Ernets lo pensó, y claro que le dio la razón a la Princesa. Se alivió un poco al saber que la había conocido.

---¿Tu cómo te llamas? ---Pregunto curioso.

---Mi nombre es Halley segunda. Soy Princesa de las tierras del Sur, mi reino se llama Merex. ---Respondió con una sonrisa. ---

Tengo dieciséis años.

Ernets se asombró porque la Princesa era joven, aunque no sabía muy bien qué era una Princesa. Antes de que pudiera

preguntar algo, ella respondió por sí sola.

---Soy descendiente de una familia monarca, mi padre era el rey y mi madre la reina. El rey es la forma de gobierno donde tiene

el cargo supremo, toma decisiones.. Ese tipo de cosas ---Baja su cabeza ---Pero cuando perdí a mis padres quede huérfana,

ahora estudio mucho para que en unos años tome el puesto de Reina.

Aún sin entender mucho, el chico supuso que el Rey es como un líder. Se sorprendió al saber que frente a él estaba una persona

importante.

---Espero que puedes ser una buena Reina.

No había dicho mucho, pero Halley lo tomó como un muy buen comentario, en verdad se estaba esforzando mucho en estudiar,

tener buenos modales y ser buena persona. En verdad quería ser una buena Reina, que su reino Merex saliera adelante gracias

a ella. Miro la entrada de la cueva viendo que de a poco se iba calmando la tormenta, como su joven aventurero cuerpo se lo

ordenó, salió sintiendo las gotas caer sobre ella.

---No siempre llueve, hoy es un día especial. ---Dice la princesa extendiendo sus brazos para poder abrazar a la lluvia.

Ernets de igual manera salió mojando sus cabellos Azules. Miro al cielo aunque algunas gotas golpeaban su rostro, el cielo

estaba despejado y se podían ver muchas estrellas.

---¿Te gustaría aprender a bailar? ---Pregunta la princesa con un poco de sonrojo en sus mejillas, para su sorpresa el chico solo

asiente.

La princesa extiende sus manos para que el chico pueda tomarlas, y así lo hace. Ceres sólo se encontraba como espectador

desde un principio, como si se tratara de una luciérnaga que les prestaba su luz. Se encontraba contenta.

Ambos jóvenes danzaban bajo la lluvia, aunque lo hicieran torpemente la Princesa intentaba ser una buena maestra pues ella

había tomado algunas clases de baile. Ernets miraba el movimiento de los pies de la Princesa tratando de no equivocarse en

ningún paso, pero cuando vio balancearse un poco a la jovencita entre sus pies casi haciéndola caer la toma bien de los brazos y

una risa se escapó de sus labios sin siquiera el saber, solo sonrió instintivamente.

---Así que esto es sonreír. ---Pronuncia en voz baja.

Después de por algunos minutos más seguir bailando, la lluvia para por completo y la noche se hace más oscura. Ahora se

podían ver las estrellas en todo su esplendor. Entonces esta vez fue Ernets quien le pregunta a la Princesa si quería saber algo

y ella confirmó con su voz, le enseñó un poco sobre como orientarse por la noche al ver las estrellas, primero es encontrar la

Estrella Polar en la constelación de la Oso Menor.. Así sabremos que esa nos marca el norte en el Hemisferio Norte, y la

constelación de la Cruz del Sur, en el hemisferio Sur.

Después de compartir eso, y muchas más experiencias por parte de la princesa Ernets terminó por concluir que el planeta de la

Tierra era más que hermoso lleno de cosas increíbles y maravillosas, por eso debían de cuidarlo mucho, como: Cuidar de los

ríos, mares, bosques, selvas, desaciertos. Porque la Tierra a diferencia de otros planetas si contaba con todo eso así que Ernest

se decidió por quedarse en ese planeta para descubrir cuanto podía aprender en él junto con Ceres, en cuanto a la Princesa..

Ella terminaría por convertirse en la nueva reina, que por cierto le agrada a todos. Fue entonces cuando ambos vivieron felices

por siempre.

 



Todas las ilustraciones que acompañan a los textos son autoría del gran grabador alemán Sascha Schneider (1870-1927). Asimismo, la imágen de nuestro concurso es del artista Miguel Ángel Gómez, y es la portada de nuestro libro Érase un dios jorobado. Cuentos, poemas y leyendas en la voz de los niños y jóvenes de Tepotzotlán (Ediciones Periféricas, 2019). Sólo resta mencionar que este año el jurado estuvo compuesto por los escritores Juan de Dios Maya Avila, de México, y Aliba Ahyam Soid ed Nauh, de Egipto. 

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