martes, 16 de diciembre de 2025

SANTIAGO CUAUTLALPAN Y CAÑADA DE CISNEROS EN 1590

 


Al momoxteca don Víctor Vargas, cronista del pueblo

 

Bien sabido es que tras la caída de la ciudad doble de México Tenochtitlan y México-Tlatelolco a manos de los tlaxcaltecas, otomíes, españoles y demás aliados, comienza la reconfiguración del Anáhuac. Bastión mexica era el altépetl de Tepotzotlán y la mayoría de sus barrios y pueblos, entre ellos Santiago Cuautlalpan, una de las tres cabezas del señorío junto con la mencionada cabecera y San Mateo Xóloc. No así Cañada de Cisneros, o bien Momoxtla (su nombre náhuatl), un pueblo que estaba en la marca entre mexicas y ñathö-otomíes, en un territorio más bien dominado por estos últimos. Bueno, algo podremos imaginar el cómo era aquella antigua región apenas 70 años después de la conquista, gracias a este mapa, depositado en el Archivo General de la Nación, cuya fecha de emisión es la de 1590 y que marca los linderos entre el pueblo de indios de Santiago Cuautlalpan y el español Juan Cisneros o Juan de Cisneros, personaje que ha sido estudiado por el cronista del pueblo, don Víctor Vargas, eminente momoxtleca-cañadense, a quien hemos dedicado este escrito.


            Bien, comenzamos con un largo camino que cicatriza el lienzo de manera diagonal: el camino de Santiago a Chapa de Mota. Nuestro mítico lugar de origen de los ñathö de Ncogüe Tepotzotlán. Nonthë Tepeticpac, luego conocido como Chapa y al que se adicionó el apellido Mota, por el lugarteniente de Hernán Cortés, Jerónimo Ruiz de la Mota, quien recibiera aquel pueblo como recompensa. Ya en el mapa aparece como Chapa de Mota y se marca el camino con el antiguo glifo prehispánico de los pies, en una caminata que va de oriente a poniente, esto es de Santiago hacia Chapa, atravesando los cerros.


Jerónimo Ruíz de la Mota

 Santiago, que en el mapa se nombra como Quatlapa, es reconocible por su parroquia (que sigue en pie) y un conjunto de casas y edificios pintados a la usanza de la casa o calli preshipánica, con su sobresaliente pretil y la escalinata de acceso, que las hace contrastar con las casas españolas del también soldado cortesiano Juan de Cisneros y la viuda de Lázaro Herrera. Dos “arroyos que bajan de una cañada” hacen su junta casi entrando al pueblo de Quautlapa y algunas casas se miran en su ribera, cuando se hace el río que tiende hacia Tepotzotlán.


            Caminando, pues, rumbo a Chapa, como si fuéramos otomites de la época, veremos a nuestra derecha, atrapado entre los dos arroyos, un gran plan que se marca en un círculo como una “cabelleriza de tierra” que quiere Juan de Cisneros que sea de su propiedad. Y aquí habrá que preguntarse, si dichas cañadas que bajan los arroyos, de verdad quedaron en propiedad del español Juan y entonces se les comenzaría a llamar las Cañadas de Juan de Cisneros y luego, con el tiempo, Cañadas de Cisneros. Aunque ahora se diga que el antiguo Momoxtlan sea nada más Cañada de Cisneros. Al norponiente, en el somonte, vemos la casa de aquel afamado español, con su abigarrada fachada cuadricular y su gran entrada. ¿Qué habrá sido de dicha casa? ¿Dónde estaría emplazada? ¿Cerca de la actual parroquia? Las tierras del cerro se marcan como suyas y se especifica que en ellas se concentra ganado menor.



            Al sur poniente, curiosamente en la punta más pequeña de un cerro de dos jorobas, vemos una casa menor, aunque también de considerables dimensiones, cuya dueña es la viuda de Lázaro Herrera, seguramente otro español, del que no tenemos mayores noticias, ni tampoco de su viuda. Tan sólo que se estaba disputando lindes con Juan de Cisneros y que muy seguramente perdió ante éste. Y bueno, hasta aquí nuestro asomarnos al antiguo altépetl de Tepotzotlán y sus hermosísimos Pueblos Altos, ni más ni menos que en el año del señor de mil quinientos y noventa.



*Escrito por Juan de Dios Maya Avila, anticronista de Ncogüe Tepotzotlán



lunes, 15 de diciembre de 2025

CARA DE GUAJE


 Con su cuento “Cara de guaje” la jovencita Dafne Macías Domínguez se hizo acreedora al segundo lugar de nuestro Concurso Estatal Pensador Mexicano de Literatura Escrita por Niñas, Niños y Jóvenes 2025. Dafne es originaria del bellísimo municipio suriano de Tonatico y forma parte del taller literario de la escritora Eréndira Domínguez Lealva (Ere). “Cara de guaje” es un relato conmovedor, que nos recuerda la densidad que nuestros abuelos y abuelas tienen en nosotros y cómo, de muchas maneras, viven dentro nuestro, aun cuando  han partido de nuestro lado. Esperamos lo disfruten tanto como nosotros:

 

 


Cara de guaje

 

¡Puaj!

 

Eso era lo que decía Raúl cada vez que en su plato aparecían los guajes.

 

—¿Otra vez guajes? ¿¡No se cansan!? —gritaba con drama digno de telenovela.

 

Pero no importaba cuánto protestara, los guajes siempre volvían.

Desayuno, comida, cena…Guajes hervidos, asados, con sal, con chile, en salsa, en agua (¿¡agua con guaje!?) y hasta en un tamal extraño que parecía castigo divino.

 

—Un día voy a despertar con cara de guaje, ¿eh? —decía mirando a todos con ojos de tragedia.

 

Su mamá solo levantaba la ceja.

Su papá ni lo pelaba.

Pero su abuelo… ah, su abuelo se reía. Siempre se reía.Una tarde, mientras pelaban guajes bajo el árbol que crecía en medio del patio, el abuelo le dijo:

 

—Tú te quejas mucho porque no sabes lo que valen.

 

Y ahí vino la historia.

La de los bisabuelos campesinos.

La sequía.

El hambre.

El campo tan seco que hasta los sapos pedían agua con sombrero…

Pero los guajes, ¡esos sí crecieron!

Y gracias a ellos, la familia no se murió de hambre.

 

—Desde entonces, los guajes son parte de nosotros —dijo el abuelo—. Son fuerza, son historia…

—¡Son invasión culinaria! —interrumpió Raúl—. ¡Hasta en la sopa!

 

El abuelo soltó una carcajada que casi lo hace caer del banco.

 

—Niño dramático —le dijo—. Lo que tú tienes no es cara de guaje… ¡es espíritu de guaje!

 

Esa noche, mientras cenaban (sorpresa: arroz con guajes), Raúl se miró en la cuchara y gritó:

 

—¡Ya lo dije! ¡Tengo cara de guaje!

 


Toda la familia se rió tanto que hasta el tío Arturo se atragantó con una semilla.

Desde entonces, Raúl dejó de quejarse tanto.

Bueno… un poquito menos.

 

Empezó a escupir las semillas con estilo, como si fuera vaquero en duelo.

Y cada vez que su abuelo le decía “guaje sabio”, él sonreía.

Pero los años pasan

 

Raúl creció.

El árbol de guajes dejó de dar frutos.

El abuelo partió una tarde, tranquilo, justo bajo su sombra.

Y la casa se fue quedando en silencio.

 

Raúl se mudó a la ciudad, donde los árboles tienen más cables que ramas.

La comida sabía distinta.

Y los guajes… bueno, casi no existían.

 


Pero a veces, solo a veces, caminando por el mercado, los veía.

Verdecitos.Feos.Perfectos.

Compraba un puñito, los pelaba con calma, y aunque el sabor seguía siendo fuerte, un poco raro, con esa textura de “esto no es frijol pero tampoco fruta”, algo dentro de él sonreía.

No por el sabor.

Sino por lo que recordaba.

El patio.El árbol.La familia riendo.

El abuelo diciendo: “guaje sabio”.

Y aunque seguían sabiendo raros,

Raúl sabía algo más:No eran solo comida.Eran felicidad.Y un poquito… familia…..

 





lunes, 8 de diciembre de 2025

¿LA FOTOGRAFÍA MÁS ANTIGUA DE TEPOTZOTLÁN?

 

Existe en el acervo fotográfico de nuestro pueblo una imagen datada de 1890, cuya escena transcurre en el ex colegio noviciado de jesuitas (hoy Museo Nacional del Virreinato). Dos sacerdotes (se adivina por sus vestimentas que lo son), sostienen una animada plática al calor del sol de la mañana, en el Patio de Los Aljibes que, al parecer, ha tenido mejores tiempos, pues se haya un tanto descuidado. El fotógrafo habrase apoyado de alguna manera en la caja de agua, direccionando el instante del nororiente al surponiente. Ambas bocas de los aljibes se yerguen  intactas, como hasta hoy, por lo cual podrían pasar, ellas solas, como una imagen de apenas ayer.

Las aguas que se mecen en los intestinos antiguos, provocan un cierto esoterismo de zahoríes. La torre de San Francisco Xavier apenas asomándose por el ángulo y la luz desplegada en el paredón y sus seis ventanales visibles, uno de ellos, en la parte superior, casi medio abierto, casi invitando a asomar el ojo en sus tenebras. ¿Hay alguien asomado a esas ventanas? ¿Fantasmas, sombras, cenizas? Llevemos ahora las preguntas al centro del patio: ¿de qué hablarán los rubicundos sacerdotes? ¿Qué día habrá sido? ¿Sería en las postrimerías de la época de lluvias? Una pregunta más ¿será ésta la fotografía más antigua tomada en Tepotzotlán?

El desarrollo de la fotografía comienza, formalmente, con el francés Joseph Nicéphore Niépce, quien en 1826 hizo la que se considera la foto más antigua del mundo: "Vista desde la ventana en Le Gras". En México, se tiene registrada como la primera fotografía tomada en suelo nacional una panorámica del puerto de Veracruz de 1839, obra de Jean Prelier Dudoille. Casi todas las imágenes históricas que conocemos de Tepotzotlán, se realizaron a partir de principios del siglo XX.

Vista desde la ventana en Le Gras

Panorámica del puerto de Veracruz

Ésta que nos hechiza (cuyo autor desconocemos), es de una década antes: 1890. En eses año, aún no se pensaba siquiera que la paz de la dictadura porfiriana se rompería relativamente pronto. Para fortuna nuestra, había fracasado el proyecto de hacer el viejo colegio una penitenciaría. Se habían alternado en la presidencia municipal don Demetrio Lozano y don Pablo C. Trejo, quienes precedieron a don Antonio Leguízamo. Tepotzotlán era un pequeño universo lejano, casi perdido, ajeno (aparentemente) al teatro del mundo.  


* Investigación y texto del anticronista de Tepotzotlán, Juan de Dios Maya Avila




jueves, 27 de noviembre de 2025

TAUROMAQUIA TEPOTZOTLECA (lidiando jorobados)

 



A Paloma Chávez y Francisco Baca Mejía

 

En 1769,  don Ildefonso Iniesta Bejarano y Durán fue encomendado al diseño y construcción de una de plaza de toros que habría de ser de la más bella de la muy noble y muy leal Ciudad de México. La misma estaría apostada a un costado de la Plaza del Volador, casi a un paso del palacio de los virreyes. Y digo que habría sido una de las más bellas de la Nueva España, sino es porque la Mictlancíhuatl se llevara a Bejarano al mundo de las tinieblas. Y redigo que sería de las más bellas, porque ya otros portentos respaldaban el trabajo del infortunado novohispano, aunque ninguno como su obra maestra: la excelsa torre del templo de San Francisco Xavier en Tepotzotlán, joya, como lo es, del barroco churrigueresco. Este es uno de los primero datos constatados que relacionan a Tepotzotlán con la tauromaquia. Quizá —pero esto sí es mera especulación— en las haciendas de ganado mayor que pertenecieron a los jesuitas se criaran toros para la lidia, siendo que desde la llegada de los hispanos al Anáhuac, la fiesta brava sentó sus reales en nuestra tierra. Y especulo al respecto porque que antes no había gran diferenciación en los encastes, ni entre el toro de engorda y el de lidia, como sí ocurriría a partir del siglo XIX. Pedro Romero de Terreros, quien se adjudicó varias de las propiedades de los jesuitas, sí que crió toros bravos. Hará falta indagar en legajos, libros, pero sobre todo en la tradición oral, para saber si desde el siglo XVI, fuera con franciscanos, jesuitas, criollos o españoles, llegó la lidia al Tepotzotlán de nahuas y otomíes. Como dato curioso diré que en su pinacoteca, el hoy Museo Nacional del Virreinato resguarda un exvoto de 1710, donde un tal capitán Miguel de Olaechea, da gracias a su patrono, el arcángel san Miguel, por salvarle la vida ante el lance de un toro bravo que se escapó de sus corrales.

En el siglo XIX, tenemos noticias de que la familia Carrasco es dueña de la Hacienda de La Concepción en Santiago Cuautlalpan, y que dicha familia es criadora de toros de lidia, por lo menos en otra hacienda que tienen en Tlaxcala. Ninguna otra noticia tenemos del decimonónico periodo, hasta principios de los años treinta del siglo XX, cuando la lingüista Estrella Cortichs, recoge que la gente de Tepotzotlán se refiere al trapío de los toros de lidia, como širite, palabra que oyó en los labios de un peón del rancho Cuatro Milpas. Al no comprender el término —como tampoco lo haríamos nosotros hoy en día—, aquel peón le explicó a Cortichs que širite (que en la pronunciación sonaba más como xirite) era como decir “me gusta porque es un toro muy jiro, muy jirito”. Sirite, xirite, jirite, jirito: sería la ecuación en la que derivó este vocablo taurófilo del español antiguo tepotzotleca. De esta época, data la elocuente fotografía, tan conocida ya, del ruedo de tablas emplazado frente al atrio del templo de San Francisco Javier, donde en el perímetro alzado se hallan sedentes y en fila una serie de sombrerudos que contemplan como hipnotizados al matador, de boina y enfajado,  quien yace al punto de recibir el pitón izquierdo, con sus mozos, aferrándose a capote, pendientes del lance.

            Muy seguro es que en sus celebraciones patronales, los antiguos tepotzotlecas, tanto en el ayuntamiento, como en sus barrios y pueblos serreros, vivieran en pleno la fiesta brava. Y si se tienen noticias de que Ponciano Díaz lidió en Cuautitlán, qué tanto es tantito el trecho que nos separa. ¿Será que el abuelo de la torería habrá llegado a nosotros también? Y bueno, entre que andábamos en fiestas y en corridas, nos llegó un taurófilo afamado, protagonista segundón de la época de oro del cine mexicano, quien quiso hacer dehesas de los pastos de San Miguel Cañadas. A finales de los setenta y principios de los ochenta, el afamado cómico Antonio Espino “Clavillazo”, compró los terrenos donde hoy se funda el fraccionamiento Las Cabañas, para fincar un rancho de toros bravos al que iba a imponer el nombre de San Miguel, por el santo patrón de aquellas cañadas.

El proyecto fracasó, pues según Clavillazo, aquellos pastos no eran propicios para toros. Subsiste el casco del rancho (donde también hay un pequeño ruedo y allí vi colear a don Pablo Quijada), hoy propiedad de la familia Noriega, en tanto don Humberto fue uno de los vendedores consentidos de Clavillazo una vez que éste se decidiera a fraccionar las parcelas y fundar sus mentadas Cabañas. Esto lo digo de cierto, pues yo nací y crecía ahí. Don Antonio era mi vecino. Hombre tan liviano y agradable, como trinquetero. Pero he aquí una linda anécdota: el hermano de Clavillazo, de nombre Genaro, era dueño de un cortijo en Cañada Real, en el somonte de breñales de la Mesa de los Quijada. Ahí, durante cierta comida, acaecida en los años noventas de la pasada centuria, se contaba entre los comensales un vecino de Cabañas quien decía haber sido un matador afamado de la Plaza México. No diré su nombre, pero todos le sospechábamos lenguaraz. Así que entre barbacoas, tequilas y pulques, Genaro le ofreció sacarle un novillo para que presumiera el ir y venir de sus muñecas. Aquel increpado bajó al ruedo, y al ver al bicho, salió huyendo. Pero acallaron las carcajadas la valentía de un mujerón que esa tarde asistía a la comilona y que saltó al ruedo y cogió el capote y se enfrentó al burel. Como que ya antes había enfrentado un toro más bravo y cabrón (con perdón sea de la palabra): el Indio Fernández. La valiente era ni más ni menos que la gran artista plástico Marysole Wörner Baz, figura emblemática de la generación de la ruptura y quien vivió tanto de su vida y su obra en su estudio de Las Cabañas, hoy en comodato, como espacio cultural (Casa de Adobe), del también poeta y pintor (y preciado amigo mío) Salvador Miguel Álvarez Becerril. El toro, por cierto, no tumbó a la Wörner Baz.

Contrario a lo dicho por Clavillazo, nuestras tierras eran más que propicias a trapíos. Nomás que el primer “ganadero” era cómico (uno medianamente bueno, dicho sea de paso). Mas un sabedor de toros de verdad habría de llegar a enmendar la plana: don Agustín Chávez Magallón,  criador de encastes bravos, cuyo fierro está cumpliendo, cuando escribo estas líneas, 101 años de presumir, valientemente, la divisa negro y oro, que tiene origen en dos sementales legendarios: uno del Marques de Saltillo, el otro de Perladé. Desde 1948, el fierro —antes guanajuatense— pasó a manos don Agustín Chávez, hombre querido y respetado en Pueblos Altos, sobre todo en San Miguel Cañadas, dentro de cuyos lindes fincó su rancho El Azafrán. Don Agustín murió en Puebla en el año 2003 y sus restos descansan en el panteón francés de aquella ciudad. Apoyó en su carrera a varios toreros como Mariano Ramos, Eulalio López “Zotoluco”, Manolo Mejía y Joselito Huerta, éste último se casó con una de las hijas de Don Agustín: Martha Chávez. Mariano Ramos, El Torero Charro, alguna vez declaró a la prensa que se iba de pinta en la secundaria para asistir al rancho de Chávez y sería con los toros de la ganadería Ibarra que debutara un 21 de febrero de 1970 en el ruedo “La Florecita” de Naucalpan, también propiedad del criador tepotzotleca. Hoy en día, otra de las hijas de don Agustín —la más noble—, doña Paloma Chávez, con orgullo y prosapia ha sabido conservar el legado de la tauromaquia tanto en Tepotzotlán como en Puebla.

            En las décadas medieras del siglo XX, se vivía la fiesta brava con denuedo en nuestros barrios y pueblos. Estábamos, no obstante, a punto de ser mutilados por la corrupción de los gobiernos estatales, pero aún pertenecían a nuestra demarcación los únicos caseríos de raigambre que tiene ese bodrio llamado Izcalli. Entre ellos extrañamos (como nuestros todavía) al brujo Axotlán, a Huilango, Tepojaco y el que atañe a estos recuerdos: Santa María Tianguistengo, en cuya feria patronal se solían lidiar vaquillas y novillos del mentado Chávez. Un torero lírico brilló en aquellas jornadas hasta hacerse leyenda popular: Don Francisco Baca Guerrero, mejor conocido como "Farolito", quien además de hacer su arte en Santa María, paseaba su capote por los demás ruedos de nuestro municipio. Imágenes nos quedan de él, gracias a su nieto y tocayo Francisco Baca Mejía: una en grisalla rodeada de sus mozos; otra en traje de luces de azul turquesa y oro, montera en mano y el cabrioleado capote de paseo al hombro.


En fin, que mucho habrá que indagarse de nuestra herencia y relación con el rito del Minotauro y sus Teseos, en tanto somos aztecas (tepotzotlecas) mediterráneos. Baste decir que en los albores del siglo XXI, una de las últimas corridas memorables que se vivieron en nuestro pueblo, esta vez en la plaza División del Norte (que tantos orgullos nos ha dado con sus charros) del barrio de Capula, se sucedió el 15 de mayo del 2016, cuando la matadora michoacana Hilda Tenorio —quien había sufrido serias cornadas que la retiraron— hizo fama en su regreso al convertirse en la primera mujer en la historia del toreo en encerrarse con seis astados de la ganadería Brito que, para mala fortuna de la moreliana, nunca dieron coba. Aunque, y pese a que aquella tarde falló en todos los tercios de muerte, Tenorio se hizo de una oreja y así cerró uno de los últimos capítulos de toros (hasta ahora) en nuestro Tepotzotlán. Y ojalá que por tradición y ecología, no muera la tauromaquia tepotzotleca, porque como dijo aquel buey odiado: “el toreo es poesía en movimiento”.



*Texto del anticronista de Tepotzotlán, Juan de Dios Maya Avila



martes, 25 de noviembre de 2025

CLAVILLAZO Y TEPOTZOTLÁN

Yo nací, crecí y con el favor de Dios me moriré (espero no muy pronto) en el fraccionamiento Las Cabañas, que para mí sigue siendo un rincón más del bello San Miguel Cañadas, del pueblo y para el pueblo. Quizá ya no muchos recuerden que dicho fraccionamiento lo fundó el afamado cómico mexicano Antonio Espino "Clavillazo" con miras a fundar un rancho de toros de lidia. El casco del rancho es hoy un restaurante y hotel de la familia Noriega, cuyo finado dueño, Humberto Noriega, lo adquiriera de Clavillazo cuando fue vendedor de los terrenos fraccionados en los que el cómico convirtió a sus "dehesas", pues en cuanto fracasó como ganadero de lidia, Clavillazo pensó en hacer un fraccionamiento exclusivo para artistas e intelectuales.

En ese periodo, le compraron personajes de la farándula como Julio Alemán, José Gabilondo Soler (Cricrí) y el dueño de Excelsior, e intelectuales y artistas de talla mundial, como Marysole Wörner Baz (de la generación de la ruptura), Yoshiko Shirata Kato (antropóloga japonesa) y Humberto Guerrero (fundador de la revista México Desconocido). No obstante, el primer colono de Las Cabañas (según registro del propio Clavillazo) fue el doctor Pedro Gay (QEPD), a quienes muchos conocimos en vida e incluso fuimos pinchados en las nalgas por sus jeringas a la hora de vacunarnos.

Una de las anécdotas pocos conocidas del fraccionamiento Las Cabañas, es que en el año 1971, tras la goleada que pusiera la selección mexicana femenil a Inglaterra, el actor les ofreció terrenos a menor precio a las seleccionadas (claro, para autopromocionarse). Desconocemos si alguna compró. Un dato más: la casa del cómico en el fraccionamiento, se distingue por un portón en cuya clave están el emblemático sombrero casi tricornio y las manos abiertas como diciendo: !Ahí, nomás!


Clavillazo era mi vecino, yo lo conocí personalmente. Lo recuerdo cortando su pasto, con un coronita en la mano. Un día no muy lejano contaré los ires y venires de este simpático cómico que fue, no obstante, a lo sumo trinquetero y que mucho se aprovechó de la buena fé de la gente de San Miguel (pero esa es otra historia...).


Cuando las manos hablan, biografía de Clavillazo donde habla sobre su incursión en Tepotzotlán y la fundación del Fraccionamiento Las Cabañas. Portada y Página de la biografía de Clavillazo dedicada a Ignacio López Tarso


* Anticrónica del anticronista de Tepotzotlán Juan de Dios Maya Avila

jueves, 20 de noviembre de 2025

ZAPATISTAS Y CARRANCLANES (Tepotzotlán durante la revolución mexicana)

Pueblo de Tepotzotlán en 1914


La revolución fue un desangre y regadero de tripas por allá y acullá. Mucho miedo se sentía en los pueblos. Tepotzotlán padeció varias veces el paso de gavillas revolucionarias por nuestro territorio, las más de las veces para hacerse de pertrechos, dinero y mujeres. Sobre todo mujeres. Por eso nuestra sierra cunde de cuevitas que la gente excavaba en cañadas y voladeros, donde escondían a las niñas en edad de merecer. Entre más intrincada la cueva, mayor la posibilidad de conservar el honor.

Y cómo no iba a ser nuestro pueblo bocado predilecto de tanto gañán que oía de él, si afamado es por su templo de oro. Habrían de pensar que la gente aquí era rica. Pero el oro era de Dios. Bueno, de los padrecitos, que dicen que son Dios. Aunque apesten a azufre. Con perdón sea dicho. Los demás éramos puro campesinado, de pata a ráiz y panza retacada de frijoles y chile. Armas para defendernos no teníamos. Si acaso alguno guardaba su rifle de chispas y ya era mucho.

Durante cierta mañana limpia y azul de 1917, entró una tropas de carrancistas a despojar a la gente de nuestro pueblo y esos jijos de su chivo padre, nos dejaron sin nada. Y como hay días en que al perro flaco se le cargan las pulgas, aquella misma tarde, para acabarla de amolar, no salíamos aún del espanto, cuando se divisó una gavilla de zapatistas que se acercaban con el mismo propósito que los carranclanes. ¿Ya que escondíamos si no quedaba nada?

Los habitantes del pueblo, asustados y con la preocupación de que ya no tenían víveres que ofrecer, se apertrecharon en el seminario jesuita. El sacerdote Camilo Argüello llamó al presidente en turno, Ángel Peza, para encontrar juntos una solución y decidieron entonces subir a la torre del templo para hacer sonar las campanas como una medida desesperada. En el trance, Ángel Peza sacó sus prismáticos y observó que los zapatistas estaban a escasos dos kilómetros del pueblo, por ahí del puente viejo que se alza por rumbo de las Cuatro Milpas. "En ese instante, el sol envió sus haces de luz al hermoso seminario, iluminando la señorial torre. Los soldados viraron, retrocedieron y se alejaron", recordaba en sus Memorias nuestra querida maestra Concepción Peza Puga, hija de don Ángel.

El sacerdote y el edil no daban crédito a lo sucedido y bajaron a comunicárselo al resto de los tepotzotlecas quienes seguramente suspiraron de alivio. Tiempo después, uno de los zapatista que venía en esa gavilla le confesó a gente oriunda de aquí que aquel día venían con intenciones de saquear Tepotzotlán, pero vieron mucha gente en la torre y que brillaban intermitentemente, como si trajeran bayonetas o carabinas cromadas de las que no fallan. Entonces el jefe de los zapatistas dijo "ámonos, que ahí están los carranclanes y son de a madres".




 

 *Este texto es un fragmento del libro Ncogüe (crónicas de Tepotzotlán), con el cual Juan de Dios Maya Avila se hizo acreedor al Primer Certamen Estatal de Cronistas "Yoyontzin Nezahualcóyotl" 2025

 

 


miércoles, 19 de noviembre de 2025

“INNUMERABLES CAMPANARIOS ROSADOS…” (episodios de Tepotzotlán en la revolución mexicana)

 

Durante la oscura regencia del traidor y borracho Victoriano Huerta se protegió sobremanera a los funcionarios gringos. Uno de ellos, que ejercía el cargo de diplomático, estaba casado con Edith Lousie O´Shaughnessy. Juntos radicaron en la Ciudad de México entre 1911 y 1914. Para nuestra fortuna, Edith tuvo la intención de visitar el alejado poblado de Tepotzotlán que ya comenzaba a ser famoso por la joya arquitectónica a su resguardo. Gracias a esa visita tenemos la siguiente visión, corta, pero quizá una de las más bellas del Tepotzotlán de principios del siglo pasado.

Según sabemos por la correspondencia que sostuvo con su marido, publicada bajo el título de Diplomatic days (New York & London, Harper & Brothers·Publisher, 1917) Edith se hizo acompañar de algunos amigos, pues la inseguridad (como ahora) era cosa de todos los días en los caminos de México. Por ello, aquella mujer guardaba una pistola debajo de sus asientos “aunque la carretera (la vieja ruta postal del norte) no es todavía una madriguera de zapatistas”.  Así, los ojos de aquella dama descubrieron el típico paisaje mexicano de principios del siglo xx, atiborrado de nubes, verdor, caballadas, hombres rancheros, mujeres en rebozo, niños de ojos singulares que desafiaban a los nopales en sus juegos cotidianos. Y por supuesto, las largas hileras de magüeyales atiborrando las lomas y que “son siempre la perdición del indio”, por aquello del pulque, claro está.

La comitiva pasó por Cuautitlán, que les pareció “pintoresco aunque algo melancólico” por la soledad que se respiraba en sus grandes hosterías. Y cuando por fin alcanzaron a Tepotzotlán, el conjunto arquitectónico impactó profundamente a Edith. Al igual que siglos antes le habría tocado al arzobispo Alonso de Montúfar, también ella halló un colegio abandonado, que aún sufría las consecuencias de las leyes juaristas. La belleza del lugar no se había velado, aunque el descuido era evidente, principalmente en el patio cercado de cipreses e invadido por la maleza y árboles chaparros. Sin embargo, en el interior se deleitó con los altares churriguerescos que para entonces estaban apagados por la pátina del tiempo.

Su imaginación se dejó tentar por los pasillos oscuros del seminario que inevitablemente convocaban (y convocan) fantasmas. Edith y sus compañeros tomaron el refrigerio en el claustro de los naranjos y robó su atención una lápida al centro debajo de la sombra de brillantes Nochebuenas. Ya en la embriaguez de la paz total, subió a la torre del campanario y gracias a ello, nos ha legado una visión única y sin embargo tan cotidiana, tan cercana, para los que vivimos en este lugar, amén que ya hay más de un siglo de distancia. Por si fuera poco, en su epifanía nos recuerda a una de las mujeres más extrañas que han nacido en Tepotzotlán: la profeta madre Matiana:

“…al este, oeste, norte o sur, se contemplan innumerables campanarios rosados, apretujados contra el azul de los montes. Esta bella escena se repite una y otra vez hasta hacerte llorar de tanta belleza. El pueblo casi desierto que rodea el edificio de la iglesia, es el mismo donde nació la madre Matiana  a fines del siglo xvii. Ella fue la que en su lecho de muerte hizo las profecías sobre lo que habría de acontecer en México y que se han cumplido tan extrañamente”.

Y cómo no habría de recordarla si entre las profecías de Matiana estuvo la revolución que amenazaba la seguridad de la norteamericana y sus amigos.



Edith Lousie O´Shaughnessy (1868-1939) periodista, biógrafa y guionista de cine 

 

*Este texto es un fragmento del libro Ncogüe (crónicas de Tepotzotlán), con el cual Juan de Dios Maya Avila se hizo acreedor al Primer Certamen Estatal de Cronistas "Yoyontzin Nezahualcóyotl" 2025

 

 


viernes, 14 de noviembre de 2025

UNA DIVA ARGENTINA Y SU BANQUETE PULQUERO EN TEPOTZOTLÁN

 

Camila Quiroga, de sangre uruguaya e italiana, nacida en Chajarí en 1891, es una de las más grandes histriones que ha dado la Argentina al mundo. En 1906 se afincó en Buenos Aires donde comenzó su vida actoral. Con formación en el teatro clásico, se hizo famosa en las tablas, pero también en el ámbito cinematográfico, tanto en América, como en Europa. En conjunto con su esposo, Héctor Quiroga, fundó una compañía de teatro que pronto se convirtió en una de las más importantes del entramado bonaerense. Camila alcanzó el pináculo de la fama en el año 1919, cuando filmo la película Juan sin ropa, del director francés Georges Benoit. Entre las curiosidades de su carrera artística, estuvo el haber actuado junto al gran cantador de tangos Carlos Gardel y también de la trágica poeta Alfonsina Storni. Incluso, en su compañía de teatro, tuvo bajo su dirección a Eva Duarte, al tiempo reconocida mundialmente como Evita Perón.

Tal fue la fama de Camila, que la escritora chilena Gabriela Mistral, declaró de ella que era “la primera mujer en considerar a Latinoamérica como una sola tierra". Y México no fue ajeno al brillo áureo de la estrella argenta. Entre sus admiradores se contaba al entonces ministro de educación José Vasconcelos, quien creía firmemente que el único arte que podría emancipar el alma nacional, era el teatro, puesto que para Vasconcelos, a los mexicanos todo se les iba en sangre y orgía, tal como declaró en 1922:

“mientras haya pulque y toros, no habrá teatro mexicano, ni arte mexicano, ni civilización mexicana”. Por ello fue que entre 1921 y 1925, invitó a Camila Quiroga a nuestro país y para obsequiarla organizó diversos ágapes y eventos, uno de los cuales se dio en Tepotzotlán. Dejaremos que el propio (criollito) Vasconcelos, desde su libro El Desastre, nos relate sabrosamente la escena:

        “Como lo que vale del México artístico es lo que dejó la Colonia, y estaba de moda por aquellos días la excursión a Tepotzotlán, el bello ex convento próximo a la metrópoli, allí llevamos un domingo a todos los artistas como huéspedes del Ministerio. Contaba el elenco con un buen grupo de muchachas bonitas y jóvenes que actuaban por espíritu de aventura y por conocer mundo. Los poetas, los artistas de la Secretaría, les hicieron cortejo. Se retrataron las actrices bajo los altares churriguerescos, convertidos en reliquia de museo. El extenso y noble edificio estaba abandonado. Y por más que se nos sugerían proyectos para utilizarlo en casa de retiro para intelectuales y artistas, como museo colonial, no pudimos emprender cosa alguna porque nos faltaban en absoluto los recursos más allá de la simple conservación. En la escuela del pueblo había establecido Medellín unos talleres y un comienzo de explotación del gusano de seda, que en otros tiempos fue la industria nativa. 

        El templo, saqueado en parte, descuidado, olvidado, es uno de los más suntuosos ejemplares del churriguera. Mirando los lienzos de orfebrería, altos como        la nave, ricos de imágenes, volutas, palios damasquinados, bajorrelieves, nichos y doseles, se piensa en la armonía complicada y ascendente de los coros eclesiásticos.”

Se sabe que esa noche, se organizó un banquete en el ex colegio jesuita, hoy Museo Nacional del Virreinato. Durante el brindis, una orquesta interpretó los himnos nacionales de México y Argentina. El ministro, embriagado por la velada bohemia, veía con ojos epicúreos a los poetas mexicanos hacer versos en torno a las actricillas argentas y a los pintores nacionales esbozar las siluetas sudamericanas sin pudor ante los Cabreras que desde su forzada piedad los observaban con envidia desde los muros jesuitas. Y entonces llegó el momento de la comilona al más puro estilo tepotzotleca:

“En la terraza del antiguo convento, rodeada de sólidos pretiles, y ante el panorama de un valle ondulado cubierto de magueyeras y de maizales, se sirvió la comida nacional, compuesta de arroces y carnes a estilo campo, que es como decir también a estilo de la Argentina, pues nada hay más parecido a nuestro cabrito al pastor que un asado con cuero argentino. Y se sirvió vino tinto, y una o dos jarras  de pulque para los curiosos que quisieran probarlo”. (Ibid.)

Ándile, que resbaló pronto el buenito de Vasconcelos en la tentación del sacro pulque (¡Hombre, si Quetzalcóatl sucumbió!) y se me hace que también en la lidia, como que —bien dice el pueblo— caen más pronto un hablador que un cojo.  O que de lengua me como un taco. Y hasta dos. Cabe aclarar que el afamado fotógrafo Agustín Víctor Casasola (el mismo que retratara a Villa y a Zapata en torno a la Silla Presidencial), acostumbraba acompañar a Vasconcelos en sus andanzas y gracias a su cámara han quedado algunos lindos retratos que dan fiel testimonio de los que aquí voy contando (no sea que me tilden de largo también).

Por ejemplo, Vasconcelos llama terraza al mirador del colegio y ahí mismo, Quiroga se hace una serie de retratos, primero junto a dos mujeres, luego con miembros de su compañía y un par más donde derrocha su belleza a solas. En el patio de cocinas también fueron recogidas las estampas de dos de sus actores.


Y para fortuna nuestra, y antes de que la comitiva se retirara a Cuautitlán para tomar el tren de regreso a la Ciudad de México, Casasola, logró un bellísimo retrato panorámico de la Quiroga con su compañía y anfitriones frente al atrio del templo de San Francisco Javier. Camila al centro de la composición, partiendo plaza, y de izquierda a derecha, primero dos mujeres, luego dos niñas y detrás de ellas, alineado perfectamente con el estípite de la fachada, don Vasconcelos, celos, celos…

¡Salutis, omnes, con pulque fino y ole también!


Texto: Juan de Dios Maya Avila (Jorobado de Tepotzotlán)

Fotografías: Casasola