viernes, 2 de noviembre de 2018

COMIENZO DE LA NOCHE Por Juan de Dios Maya Avila

No comenzaré hablando del día, ni en toda la historia me ocuparé de él, porque voy a tratar asuntos que acaecieron de noche. No hablaré tampoco de la noche, porque mis ojos no tienen la virtud de los del murciélago. Lo que de noche se hace, de día aparece. (Efrén Hernández en Un escritor muy bien agradecido)

A mitad del camino que va de México a León y de León a Guanajuato, murió destrozado por los perros salvajes el insigne maestro quien en vida llevó el nombre de Efrén Hernández. El único en asistir a su entierro fue, valga la redundancia, su enterrador. He aquí el diálogo suscitado entre ellos:

Efrén Hernández: ¿Por qué tan profunda la fosa?
Enterrador: Para que no intentes salirte. Al principio les es ajeno estar allá abajo....
EH: Hace frío ¿no podríamos esperar a mañana?
E: Si por mí fuera ahora estaría con mis borregas, comiendo queso, tomando aguardiente. Pero ante algunas claras evidencias, que se pueden oler, esto urge.
EH: ¿Cuál urgencia? Lo mismo es hoy que mañana.
E: Nunca es lo mismo el hoy que el mañana.
EH: ¿Estás citando a Heráclito, enterrador?
E: No sé quien es Heráclito. Pero un mismo río en ningún momento es igual pues las aguas que le cruzan a cada segundo son distintas.
EH: Ah, tú juegas conmigo, ¿sabes con quién hablas?
E: Con un muerto destrozado por perros a la vera del camino…y sin embargo para ti ya no habrá diferencia entre ayeres y futuros. Apestas. Mira cuántas moscas vienen en pos tuyo…
EH: Siempre me gustó el barullo de las moscas en la soledad del campo. Sus zumbidos al unísono hacían una sola voz que me hablaba. ¿Era la voz del diablo o era la voz de dios?
E: El barullo de las moscas es voz de las moscas. Las que antes te hablaron ahora te devoran.
EH: ¿Qué le sucedió a mi biblioteca y a mis propios libros?
E: Destrozados por los mismos perros que te acabaron. He terminado tu fosa, métete.
EH: No. Déjame ver otra vez el mundo.
E: ¿Pero ver qué? Si los ojos fue lo primero que te arrancaron tus asesinos, luego la orejas y las piernas. Más valdría que te hubieran arrancado la lengua. Se me hace que tienes miedo ¿vas a llorar, poeta?…
EH: No me insultes, primero muerto que poeta.
E: Ahí tienes…
EH: Yo sí soy un escritor de verdad.
E: Y sin embargo cuando te encontraron aferrabas la pluma en una mano y un papel garabateado de versos en la otra.
EH: Ya calla. Quiero todavía mirar las nubes por un lugarcito triangular de cielo…
E: No te entiendo. Eres un poeta.
EH: Nadie me ha entendido. Mejor préstame tu jorongo, tengo frío.
E: ¡Estás loco! Allá tras los llanos se escuchan relampagazos marca diablo y si así está el anuncio, imagínate cómo será la tromba ¿Con qué voy a taparme del agua en el camino?
EH: No seas así, mira que existe la noche y ahora soy hijo de las tinieblas y tendré ojos de murciélago y he de venir por ti y te atormentaré cada jornada del sueño. Cuídate si es que te cuelgan las patas cuando duermes porque…
E: Tú ganas. Aunque ni de palo pondré una cruz que señale la ubicación de tu tumba, serás olvidado, remedo de genio.
EH: ¡Perro, babeas! En la noche ¿qué verás? Por lo demás, está bien, al parecer a nadie importo, nadie me leyó, nadie me leerá. Aún así fui provisorio, sé que no viví del todo ajeno a la fama, he dejado palabras como señales de la vida tal y como a mí me tocó contemplarla. Quizá me encuentren algunas bestias rastreadoras de la literatura.
E: Te digo…no te entiendo. Ya te aventé el jorongo, está a lado tuyo...
EH: Ahora me doy cuenta de que este cuarto no es un cuarto a propósito para vivir…
E: Mira, qué bien, te estás resignando, dices que el mundo no te basta, ahora casi te falta resumir que la vida no vale nada
EH: Voy para adentro, con permiso.
E: ¿Qué haces?
EH: Nada… acomodándome.
E: ¡Por ley debes estar bocarriba y derecho, no hecho ronchita!
EH: ¡Ah, qué la chingada, ni siquiera en eso somos libres!
E: Qué palabras son esas para un escritor…
EH: Dame aunque sea los dos óbolos para pagar mi viaje...
E: ¡Uy, qué clásico te pusiste! Aquí estamos en el Bajío, así que ahí te aviento un perro pelón que para el caso sirve de lo mismo ¡Otro día nos vemos en el río de la muerte, poeta de prosa! Voy a cubrirte de tierra. No grites. No chilles. Tampoco me espantes. 



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