sábado, 22 de marzo de 2025

El Cuento de Vah Curufin

 


Con " El Cuento de Vah Curufin", Diego Andrés Aguilar García, originario de Naucalpan de Juárez, recibió una mención honorífica en nuestro Duodécimo Concurso Estatal Pensador Mexicano de Literatura Escrita por Niñas, Niños y Jóvenes 2024. Esperamos disfruten de esta historia fantástica:


El Cuento de Vah Curufin



Para mi madre.

 

Había una vez, un árbol diferente, al que diario le crecían hojas negras.

No había sido chamuscado, ni había sufrido alguna quemadura.

Simplemente, tenía hojas negras. Sus padres, un roble acogedor para las aves

de la fuente y un pino afilado como una lanza, lo bautizaron como:

Vah Curufin.

La Semilla Oscura en el idioma de los árboles.

Como una oveja negra en un rebaño, Vah Curufin se quedaba en la tierra

mientras el resto de sus compañeros charlaban en el cielo.


Cada vez que intentaba acercarse a los mayores, los otros siempre le

respondían lo mismo:

—Eres muy pequeño. No encajas en nuestras gruesas ramas.

Y como siempre, Vah Curufin bajaba la mirada desilusionado.

Un día, mientras sus compañeros se divertían con el cálido sol, Vah Curufin,

privado de la luz, decidió por primera vez, explorar su pequeño tallo.

Ahí, pegado a su raíz negruzca, dormía plácidamente

un simpático hongo rojo con puntitos blancos.

—¿Que haces aquí?— Preguntó Vah Curufin agitando su tallo.

El pequeño hongo abrió los ojos y dando un bostezo, miró a la rama negra.

—Me llamo Matkyn— Respondió el hongo con una sonrisa—. Significa

‘‘Brillante y Peligroso’’ en el idioma de los hongos.

—Matkyn— Dijo Vah Curufin pensativo.

—Me pregunto: ¿Que hace un árbol tan único y especial como tú aquí? En esta

oscuridad, privado del caluroso sol.

—Soy muy pequeño. No hay lugar para mí arriba con los mayores—Dijo Vah

Curufin.

El hongo pensó un momento. Se miró fijamente y con una sonrisa, le habló al

árbol:

—Me llaman ‘‘Brillante y Peligroso’’ porque tengo una capa luminosa que me

da atracción. Pero detrás de ella, escondo un veneno con el cual me

gusta picar a todo aquel que se crea un presumido.

Vah Curufin se sorprendió. El hongo le lanzó un guiño.

—Y aunque no soy tan grande y bello como los árboles, tengo la capacidad de

protegerme y si me lo preguntas, el poder cuidarse es mejor que verse bien.

Así que quien quiera que se te acerque, tendrá que pasar antes por mi nefasta

piel.


Pasaron los días. Y mientras la luna dormía a todos los árboles, Vah Curufin y

Matkyn se divertían en su noche de juegos.

Columpiaban a las serpientes.

Reunían pájaros carpinteros, colibríes, águilas calvas, majestuosos halcones

para el concierto de las ranas y los sapos.

Y bailaban muy alegres la danza de las abejas, quienes vinieron después a

reclamar su baile.

En una tarde a inicios de invierno, mientras jugaban con una mariquita al ‘‘Un…

dos… tres… ¡rama quieta!’’, escucharon unos misteriosos pasos. Cuando

dieron una pequeña mirada, se dieron cuenta de que se avecinaba una

muchedumbre de leñadores.

Y sin piedad, empezaron a cortar todos los árboles.

A los robles les quitaron la madera para hacer casas.

Y a los pinos les colocaron cascabeles y estrellas para que diesen alegría a

miles de familias en la fiesta de navidad.

Sin embargo, ningún leñador se atrevió a tocarle una sola rama a Vah Curufin

ya que a pesar de ser muy pequeño, tenía a Matkyn, quien lo defendería hasta

el fin de los tiempos.

Y así, todo el bosque fue convertido en un mar nevado.

El hongo venenoso y el pequeño árbol ennegrecido salieron de la nieve y se la

sacudieron.

Aunque Vah Curufin y Matkyn se sentían muy solos sin la presencia de los

mayores, ambos se dieron cuenta, que solo se necesitaban el uno al otro.

Y un poco mejor, se dieron un fuerte abrazo en la nieve clara.

Cuando llegó la primavera, todo recobró la calma.

El sol derritió la nieve.

La nieve se convirtió en agua.

Y el agua se convirtió en lago.

Y los salmones llegaron tras la estación, batallando

contra la corriente y chapoteando ¡aquí y allá!

El señor oso salió de su cueva con su pijama blanca y

su gorrito de bolita. Bostezó, saludó a la pareja de

amigos, se estiró y se fue a pescar al lago.

Y por fin, Vah Curufin y Matkyn pudieron disfrutar

de los rayos del sol que tanto les hacía falta.

Pasaron los años. De un año, pasó una década.

Vah Curufin y Matkyn seguían disfrutando de todo a su alrededor.

Pero Vah Curufin empezó a crecer. Sus ramas se hicieron gruesas y su tronco

se volvió impenetrable.

El pájaro carpintero no podía picar su tronco ni siquiera para encontrar una

cucaracha intrusiva.



Los leñadores intentaron talarlo. Pero su tronco era misteriosamente fuerte.

Descargaban el hacha y el hacha rebotaba haciéndolos vibrar.

Ningún leñador pudo cortarlo.

Y así, Vah Curufin, más poderoso que la roca misma, creció.

Y creció.

Y creció aún más. Y Matkyn envejeció.

Ya no podía jugar como antes. Así que mientras Vah Curufin bañaba a los

pájaros bebés con sus hojas mojadas, Matkyn se recostaba en su tronco y

decía:

—Mi veneno es muy fuerte. Pero lo que es más fuerte, es la amistad.

Una noche. Mientras la madre pájaro dormía acogiendo a sus polluelos, Vah

Curufin se acercó a Matkyn:

—¿Estás bien?— Le preguntó el enorme árbol tiernamente.

—Estoy perfectamente bien—Le respondió con un hilo de voz—. No hay mejor

vida que estar a tu lado.

Y con estas palabras, el hongo se durmió para siempre.

Y el corazón de Vah Curufin se quebró.

Cuando Vah Curufin, alcanzó una altura gigantesca, más grande que una

ballena azul, de sus ramas negras surgió… una semilla.

La semilla cayó al suelo.

Y a esta le siguió una segunda ¡y una tercera! ¡y una cuarta! ¡y una quinta!

Los hijos de Vah Curufin salieron de la tierra y se estiraron con sus pequeñas

ramas. Alzaron la mirada y vieron el mundo.

—¡Que mundo tan grande, papá!

Uno de los hijos, vio de arriba a abajo a su padre y sorprendido, le preguntó:

—¿Como es que eres tan grande papá?

—Con paciencia— Respondió el viejo árbol—. La paciencia quita y la paciencia

da. Si dominas la paciencia, puedes hacer lo que sea.


Ilustraciones de J. R. R. Tolkien