Con " El Cuento de Vah Curufin",
Diego Andrés Aguilar García, originario de Naucalpan de Juárez, recibió una mención
honorífica en nuestro Duodécimo Concurso Estatal Pensador Mexicano de
Literatura Escrita por Niñas, Niños y Jóvenes 2024. Esperamos disfruten de esta
historia fantástica:
El Cuento de Vah Curufin
Para mi madre.
Había una vez, un árbol diferente, al que
diario le crecían hojas negras.
No había sido chamuscado, ni había sufrido
alguna quemadura.
Simplemente, tenía hojas negras. Sus
padres, un roble acogedor para las aves
de la fuente y un pino afilado como una
lanza, lo bautizaron como:
Vah Curufin.
La Semilla Oscura en el idioma de los
árboles.
Como una oveja negra en un rebaño, Vah
Curufin se quedaba en la tierra
mientras el resto de sus compañeros
charlaban en el cielo.
respondían lo mismo:
—Eres muy pequeño. No encajas en nuestras
gruesas ramas.
Y como siempre, Vah Curufin bajaba la
mirada desilusionado.
Un día, mientras sus compañeros se
divertían con el cálido sol, Vah Curufin,
privado de la luz, decidió por primera
vez, explorar su pequeño tallo.
Ahí, pegado a su raíz negruzca, dormía
plácidamente
un simpático hongo rojo con puntitos
blancos.
—¿Que haces aquí?— Preguntó Vah Curufin
agitando su tallo.
El pequeño hongo abrió los ojos y dando un
bostezo, miró a la rama negra.
—Me llamo Matkyn— Respondió el hongo con
una sonrisa—. Significa
‘‘Brillante y Peligroso’’ en el idioma de
los hongos.
—Matkyn— Dijo Vah Curufin pensativo.
—Me pregunto: ¿Que hace un árbol tan único
y especial como tú aquí? En esta
oscuridad, privado del caluroso sol.
—Soy muy pequeño. No hay lugar para mí
arriba con los mayores—Dijo Vah
Curufin.
El hongo pensó un momento. Se miró
fijamente y con una sonrisa, le habló al
árbol:
—Me llaman ‘‘Brillante y Peligroso’’
porque tengo una capa luminosa que me
da atracción. Pero detrás de ella, escondo
un veneno con el cual me
gusta picar a todo aquel que se crea un
presumido.
Vah Curufin se sorprendió. El hongo le
lanzó un guiño.
—Y aunque no soy tan grande y bello como
los árboles, tengo la capacidad de
protegerme y si me lo preguntas, el poder
cuidarse es mejor que verse bien.
Así que quien quiera que se te acerque,
tendrá que pasar antes por mi nefasta
piel.
Matkyn se divertían en su noche de juegos.
Columpiaban a las serpientes.
Reunían pájaros carpinteros, colibríes,
águilas calvas, majestuosos halcones
para el concierto de las ranas y los
sapos.
Y bailaban muy alegres la danza de las
abejas, quienes vinieron después a
reclamar su baile.
En una tarde a inicios de invierno,
mientras jugaban con una mariquita al ‘‘Un…
dos… tres… ¡rama quieta!’’, escucharon
unos misteriosos pasos. Cuando
dieron una pequeña mirada, se dieron
cuenta de que se avecinaba una
muchedumbre de leñadores.
Y sin piedad, empezaron a cortar todos los
árboles.
A los robles les quitaron la madera para
hacer casas.
Y a los pinos les colocaron cascabeles y
estrellas para que diesen alegría a
miles de familias en la fiesta de navidad.
Sin embargo, ningún leñador se atrevió a
tocarle una sola rama a Vah Curufin
ya que a pesar de ser muy pequeño, tenía a
Matkyn, quien lo defendería hasta
el fin de los tiempos.
Y así, todo el bosque fue convertido en un
mar nevado.
El hongo venenoso y el pequeño árbol
ennegrecido salieron de la nieve y se la
sacudieron.
Aunque Vah Curufin y Matkyn se sentían muy
solos sin la presencia de los
mayores, ambos se dieron cuenta, que solo
se necesitaban el uno al otro.
Y un poco mejor, se dieron un fuerte
abrazo en la nieve clara.
Cuando llegó la primavera, todo recobró la
calma.
El sol derritió la nieve.
La nieve se convirtió en agua.
Y el agua se convirtió en lago.
Y los salmones llegaron tras la estación,
batallando
contra la corriente y chapoteando ¡aquí y
allá!
El señor oso salió de su cueva con su
pijama blanca y
su gorrito de bolita. Bostezó, saludó a la
pareja de
amigos, se estiró y se fue a pescar al
lago.
Y por fin, Vah Curufin y Matkyn pudieron
disfrutar
de los rayos del sol que tanto les hacía
falta.
Pasaron los años. De un año, pasó una década.
Vah Curufin y Matkyn seguían disfrutando
de todo a su alrededor.
Pero Vah Curufin empezó a crecer. Sus
ramas se hicieron gruesas y su tronco
se volvió impenetrable.
El pájaro carpintero no podía picar su
tronco ni siquiera para encontrar una
cucaracha intrusiva.
Los leñadores intentaron talarlo. Pero su
tronco era misteriosamente fuerte.
Descargaban el hacha y el hacha rebotaba
haciéndolos vibrar.
Ningún leñador pudo cortarlo.
Y así, Vah Curufin, más poderoso que la
roca misma, creció.
Y creció.
Y creció aún más. Y Matkyn envejeció.
Ya no podía jugar como antes. Así que
mientras Vah Curufin bañaba a los
pájaros bebés con sus hojas mojadas,
Matkyn se recostaba en su tronco y
decía:
—Mi veneno es muy fuerte. Pero lo que es
más fuerte, es la amistad.
Una noche. Mientras la madre pájaro dormía
acogiendo a sus polluelos, Vah
Curufin se acercó a Matkyn:
—¿Estás bien?— Le preguntó el enorme árbol
tiernamente.
—Estoy perfectamente bien—Le respondió con
un hilo de voz—. No hay mejor
vida que estar a tu lado.
Y con estas palabras, el hongo se durmió
para siempre.
Y el corazón de Vah Curufin se quebró.
Cuando Vah Curufin, alcanzó una altura
gigantesca, más grande que una
ballena azul, de sus ramas negras surgió…
una semilla.
La semilla cayó al suelo.
Y a esta le siguió una segunda ¡y una
tercera! ¡y una cuarta! ¡y una quinta!
Los hijos de Vah Curufin salieron de la
tierra y se estiraron con sus pequeñas
ramas. Alzaron la mirada y vieron el
mundo.
—¡Que mundo tan grande, papá!
Uno de los hijos, vio de arriba a abajo a
su padre y sorprendido, le preguntó:
—¿Como es que eres tan grande papá?
—Con paciencia— Respondió el viejo árbol—.
La paciencia quita y la paciencia
da. Si dominas la paciencia, puedes hacer
lo que sea.
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Ilustraciones de J. R. R. Tolkien |