Rubén Blades y el niño cochino (no me metan a bañar)
El pequeño Bruno era un niño de tan solo
seis años de edad, al que le gustaba mucho bañarse mientras sus abuelos ponían
y cantaban con un disco muy antiguo, de esos de vinilo del cantante Rubén
Blades, se llamaba: Mucho mejor, uno de sus mejores trabajos musicales. Para el
pequeño era el único disco que podía hacer que le dieran ganas de meterse al
agua y dejar que sus padres le tallaran el cuerpo con ese estropajo que en
momentos se volvió un micrófono perfecto para poder cantar en el escenario del
baño.
Con esa onda tropical, feliz y bailable
que solo la salsa puede ofrecer a sus
escuchas en cada una de las notas que
tocan esos artistas. Ese enorme grupo de
músicos que con mucho esfuerzo soplan los
instrumentos de viento y cualquier otro
metal, golpean las percusiones con mucho
ritmo y rasgan las cuerdas de todos los
instrumentos. Ese chiquilín danzaba sin
cansarse en la tina del baño, mientras su
mami le tallaba la espalda, los pies y
todo lo que niño no alcanzaba a hacer por sí
mismo.
El hogar donde vivían Bruno y sus padres era muy extraño, eran dos casas juntas,
pero separadas (al menos eso decían los
papis del pequeñín), esto se debía a que
compartían el jardín y su techo con la
casa de sus abuelos. Como en muchas casas
de familias mexicanas, los abuelos les
regalan el terreno que tenían al lado de su
hogar a su hijo para que vivieran cerca de
ellos y la familia nunca se alejara,
sumado a que los abuelos querían estar
todo el tiempo posible con su pequeño
nieto (que además era el único que
tenían).
Todos en el barrio sabían que en otra época, el hogar del pequeñín, era solo una
casa y que su padre creció ahí, como ahora
hacía Bruno. Lo único que distinguía a
los dos domicilios era el color azul de la
casa de sus padres y el color verde de la
de sus abuelos, sin olvidar el
característico sonido del timbre que tenía cada una de
las puerta.
El gusto por la música de salsa era una
condición heredada de sus abuelos, los
cuales adoraban bailar y tocar la guitarra
en algunas fiestas familiares, una pareja
siempre feliz.
pusieran el disco de Rubén Blades para que
él niño supiera que era la hora del baño
y se pusiera a bailar. La abuela que
siempre tenía la ventana abierta para estar al
pendiente de su nieto, acercaba las
bocinas a la puerta trasera que daba al jardín
compartido, sacaba el disco que parecia un
freesbi negro y lo reproducia para que
Bruno pudiera escuchar bien lo que sonaba
de ese tocadiscos (que ya parecia una
pieza de museo).
El pequeño amaba el ritmo de la salsa como
nada en el mundo, sus padres ya se
hacían a la idea de que cuando fuera mayor
se dedicaría al baile de los ritmos
latinos, a tocar algún instrumento o quizá
sería un gran cantante como Ruben
Blades, el próximo Bruno Blades. No
obstante, poco a poco ese disco dejó de sonar
tan bien como lo hacía, la calidad se
perdió, se saltaba canciones por lo dañado que
estaba y un día, dejó de reproducirse la
hermosa música. Lamentablemente, Bruno
ya no quería bañarse y juro no hacerlo hasta
que le regresaran el disco que tiraron
a la basura.
El viejo disco de vinilo se desgastó mucho
por el uso constante que se le daba y que
durante un tiempo ya ni siquiera lo sacaban del tocadiscos para que Bruno fuera
feliz al bañarse. Las rayaduras eran
extremas, que ya sólo servía para jugar al
frisbee en el parque con el perro.
Aquella reliquia fue un regalo de
aniversario que la abuela le dio a su esposo, pues
cuando eran jóvenes les gustaba ir a
bailar salsa todos los fines de semana en los
salones de la Ciudad de México. Les
encantaba recordar esos tiempos escuchando
ese y otros discos viejos para rememorar
la juventud perdida.Sin embargo, sabían
que todo por servir se acaba.
El pequeño ya no quería bañarse nunca más
y lloraba desconsoladamente cada
que abrían el grifo de la regadera o algún
familiar le recordaba el disco que ahora
estaba camino al basurero municipal. Se
declaró enemigo de la regadera, alérgico al
jabón y adversario del agua.
Sus padres estaban tan desesperados por el
fuerte olor que empezaba a emanar el
niño después de unas semanas de no bañarse
y seguía jugando con la tierra como
siempre lo hacía, nunca paró de correr
detrás de sus amigos en la primaria,
tampoco detuvieron las clases de karate
donde siempre salía sudando y con muy
mal olor.
Los abuelos también se preocupaban por el
pequeño y buscaron en muchas tiendas
de música el viejo disco de Rubén Blades,
pero no lo tenían en ningún lugar, ya
estaba descontinuado de todos los
catálogos y mandarlo a pedir era muy tardado,
además de que no les daban aseguraban que
lo fueron a encontrar, sin contar que
los pedidos especiales salían muy caros.
Los padres trataron de confundir al niño
con otros cantantes de salsa como: Willi
Colon, Juanito Alimaña, Héctor Lavoe,
Frankie Ruiz, Celia Cruz, Cheo Feliciano,
entre muchos otros salseros de alto nivel.
Sin embargo, Bruno conocía muy bien la voz de su ídolo a la hora del baño y solo terminaban hacían que se enojara al querer engañarlo con esa música que no era la de RubénBlades.
Ya cansados y después de dos semanas de
que el pequeño no se metiera al agua,
le llevaron una gran variedad de discos de
diferentes tipos de música y artistas,
pensaban que quizás alguno de esos músicos
le terminarían gustando lo suficiente
para que se metiera de nuevo a la tina y
el olor tan fétido que empezaba a salir de
su habitación desaparecería con el tiempo.
Cuando pusieron la cumbia de Celso Piña a
Bruno, le dio una hambre incontenible y
comía todo lo que había en la cocina. Como
si de un animal salvaje se tratara,
arrasaba con el alimento, de pronto el
refrigerado y la alacena estaban vacías,
acababan de comprar cinco kilos de carne y
dos de huevo, que ahora estaban en el
estómago del niño.
por toda la casa, ahora tenían un
torbellino que no podía parar en su pequeña casa
y aunque trataron de detenerlo, no podían
alcanzarlo con esa enorme velocidad. A
su madre se le ocurrió parar la alocada
música del copetudo y solo así, Bruno se
detuvo.
Optaron por qué el nuevo género musical fuera más moderno y compraron discos
de The Killers, unos gringos con canciones
bien movidas que solo hicieron que
Bruno empezará a saltar por toda la casa,
menos en el baño, le echaron la culpa a
la nacionalidad y el que el niño no
entendía lo que decían por estan en ingles.
Regresaron a la tienda de discos y
compraron música de un artista argentino que
les recomendaron mucho, un tal Charly
Garcia, que solo hizo que el niño empezara
a hablar diferente a como normativamente lo hacía y les dijera;
—¡Qué quilombo! che, mejor dejame
tranquilo y ponte esas canciones que
suenan re grosa, viejo. Servirme un mate y
hagamos un asado con toda la
familia—.
Los padres estaban cansados de esos malos experimentos, no obstante, no se
darían por vencidos tan fácilmente y le
llevaron música ranchera (lo mexicano al
menos le quitaria ese raro acento). Fue
turno de Vicente Fernandez, que lo único
que hacía era que el pequeño se pusiera a
golpear todo lo que se cruzaba en su
camino y tratar de montar al perro como si
de un caballo salvaje se tratara, ahora ni
los animales estaban a salvo.
decidieron por el tranquilo Reggae de Bob
Marley que escuchaban cuando ambos
eran más jóvenes, esto solo hizo que se
durmiera profundamente y empezara a
trenzar su cabello para hacerse unas
rastas como aquel músico Jamaiquino.
El papi de Bruno trajo un disco que escuchaba siempre en el auto, un álbum de
música electrónica que si bien, hizo que
el Bruno fuera al baño, no pudo hacer que
se metiera a la regadera, sino que hizo
que no lo pudieran quitar del excusado y
ahora la casa olía peor de lo que antes lo hacía.
No encontraban la música adecuada y ya no conocían a otros artistas.
Uno de sus vecinos solían poner a Juan
Gabriel en sus fiestas, los padres del
pequeño que cada día olía peor le pidieron
prestado aquel disco e hicieron otro
intento, pero volvían a fallar, Bruno
ahora usaba un vestido de su madre y le
hablaba a mariachis inexistentes.
Los experimentos fracasaban uno tras
otros; danzón, cumbia, rock and roll,
rancheras, mariachi, norteñas, tango,
baladas, salsa y todos los demás discos que
encontraban en las tiendas de música provocaba que el niño hiciera cualquier cosa,
menos meterse a la regadera como ellos
querían.
Ya habían pasado tres semanas desde que no
se bañaba y todos estaban
desesperados porque se diera una ducha.
Trataron de hablar con él, pero no les
hacía caso, la pérdida de la música de RubénBlades
causaba una nueva faceta del
pequeño, que antes obedecía sin chistar a
los padres y abuelos.
Hicieron planes para bañarlo de alguna
manera; trataron de rociarlo con la
manguera del jardín cuando se ponía a
jugar, otro día le lanzaron globos con agua y
jabón, pero él era muy ágil y lograba
esquivarlos en todas las ocasiones, como si
tuviera los reflejos de un gato.
También fallaron cuando trataron de
engañarlo, puesto que en otra ocasión lo
intentaron de timar con darle dulces si
entraba a la ducha, él lo hizo, pero nunca le
abrió al grifo para que saliera agua, era
un niño muy astuto que logró ganarles a sus
padres y abuelos sin muchas
complicaciones.
Un mes y el niño no se bañaba, hongos le
salían en los pies, las moscas lo
rodeaban, tenía tanta tierra en las uñas
que le empezaban a crecer pasto en ellas,
una nube verde con olores terribles
emanaba de él y sus padres tenían que taparse
la nariz con papel higiénico para no
vomitar, aunque algunas veces eso ya no
funcionaba.
Los discos se amontonaban en la sala de la
casa de los abuelos, el olor del niño
inundaba el ambiente como si un vagabundo
viviera ahí y ya nadie de la familia
quería visitar la casa del niño, ni la de
los abuelos, pues creían que un zorrillo vivía
en su casa.
La mamita de Bruno cocinaba pescados,
pancita, tripas de res, hígados, queso con
olor a pies y otras delicias culinarias
que al cocinarlas pudieran contrarrestar el
fuerte olor que había en toda la casa y
que fuera más agradable que el de su hijo
emanaba.
Ya no querían jugar con él en la calle y
algunos niños le empezaron a apodar como
el aceite, porque no se mezclaba con el
agua. Los vecinos tenían miedo que si se
bañaba en ese estado se fuera a tapar el
caño de toda la calle y les decían a sus
padres que lo mejor era que lo rociarán
con una manguera de bomberos, para que
se le despegara toda la mugre, ademas les
aconsejaban de que no olvidaran detrás
de las orejas, ombligo, entre los dedos de
los pies y el cuello, pues ahí siempre se
escondía la mugre.
Todos se estaban dándose por vencidos para
que él niño se metiera a bañar, ya no
buscaban nueva música que lo hiciera que
entrara la regadera, tampoco trataban de
engañarlo porque era muy listo y siempre
él era el que los engañaba. La única que
no dejaba de intentar que el niño se
bañara, era su abuelita y fue ella la que tuvo la
idea de invitar a un muy muy antiguo amigo
suyo a la casa.
Un día los padres llegaron del
supermercado acompañados de Bruno, todos
sacaban las bolsas del mandado y desde la
ventana la abuela los invitó a que
pasaran a su casa. El niño sabía que era
la única que no se rendía y dudaba de sus
buenas intenciones, pero no quedaba otra
más que entrar y preparar la huida, por si
de una trampa se trataba.
Cuando abrieron la puerta el niño entró
muy orgulloso de que llevaba casi tres
meses sin bañarse y ahí lo vio, en la
sala, estaba su ídolo de la hora del baño
sentado con una taza de café. Brunito
sabía bien quién era, aunque solo lo había
visto en la tapa del disco de sus abuelos,
no había duda, era Rubén Blades.
El niño corrió a abrazarlo, pero Rubén Blades lo detuvo y le dijo que primero tenía
que bañarse, el niño se negó porque no
había música que lo inspirara a meterse a
bañarse.
- Haberlo dicho antes, nene, nos ponemos a
cantar- dijo sonriendo mientras cantaba
la canción de Pedro Navajas.
Como si se tratara del flautista de
Hamelin cuando él empezó a cantar, el niño se
apresuró a bañarse hipnotizado con su
música.
Los padres del pequeño niño están
sorprendidos de que se fuera a bañar tan
fácilmente y porque Rubén Blades estuviera
en casa de los abuelos, sentado como
si de cualquier amigo suyo se tratara.
Sabían bien que ya no encontrarian otro disco
como el que antes tenían y se les ocurrió
empezar a grabar como cantaba para
después hacer que su hijo se bañara todos
los días.
Después de una hora remojándose en su tina
para que se le quitara la mugre
acumulada, el niño salió como nuevo; las
moscas abandonaron la casa, todos se
pudieron quitar los tapones de la nariz,
los hongos de sus pies se fueron por el
drenaje sin tapar los caños como los
vecinos temían y así pudo abrazar a Rubén
Blades antes de que se despidiera, pues
ese día tenía un concierto que dar, al que
toda la familia fue invitada.
A las pocas horas la familia se enteraron
que Rubénles había regalado el disco
personalmente a los abuelos hacía muchos
años, pues les conocían como los
mejores bailarines de un viejo salón donde
todos los viernes danzaban al ritmo de la
salsa.
Desde ese día, aunque sus padres grabaron
el concierto personal a la hora del
baño, Bruno no necesitaba la música de
Rubén Blades, ya la tenía en su corazón.
Nunca más hubo mal olor en esas casas, los
hongos solo estaban en la comida, los
niños de la cuadra ya jugaban con él y le
decían el perfume, pues siempre olía a
flores. La música es parte de su vida,
como la mayoría de la gente, sus abuelos le
enseñan a bailar y sus padres a cantar.
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