lunes, 13 de enero de 2025

Rubén Blades y el niño cochino (no me metan a bañar)

 



Con el cuento Rubén Blades y el niño chochino (no me metan a bañar) el niño Rodolfo Angón Loginos,
 originario de Naucalpan, ganó el primerísimo lugar de nuestro CONCURSO ESTATAL PENSADOR MEXICANO DE LITERATURA ESCRITA POR NIÑAS, NIÑOS Y JÓVENES en su emisión 2024. El jurado se decidió por este trabajo por considerarlo heredero de la mejor literatura latinoamericana contemporánea, y manifestaron que les recordó a la obra del colombiano García Márquez y del cubano Alejo Carpentier. Digamos que este cuento, más que una narración, es una salsa...esperamos lo disfruten:



Rubén Blades y el niño cochino (no me metan a bañar)


El pequeño Bruno era un niño de tan solo seis años de edad, al que le gustaba mucho bañarse mientras sus abuelos ponían y cantaban con un disco muy antiguo, de esos de vinilo del cantante Rubén Blades, se llamaba: Mucho mejor, uno de sus mejores trabajos musicales. Para el pequeño era el único disco que podía hacer que le dieran ganas de meterse al agua y dejar que sus padres le tallaran el cuerpo con ese estropajo que en momentos se volvió un micrófono perfecto para poder cantar en el escenario del baño.

Con esa onda tropical, feliz y bailable que solo la salsa puede ofrecer a sus

escuchas en cada una de las notas que tocan esos artistas. Ese enorme grupo de

músicos que con mucho esfuerzo soplan los instrumentos de viento y cualquier otro

metal, golpean las percusiones con mucho ritmo y rasgan las cuerdas de todos los

instrumentos. Ese chiquilín danzaba sin cansarse en la tina del baño, mientras su

mami le tallaba la espalda, los pies y todo lo que niño no alcanzaba a hacer por sí

mismo.

El hogar donde vivían Bruno y sus padres era muy extraño, eran dos casas juntas,

pero separadas (al menos eso decían los papis del pequeñín), esto se debía a que

compartían el jardín y su techo con la casa de sus abuelos. Como en muchas casas

de familias mexicanas, los abuelos les regalan el terreno que tenían al lado de su

hogar a su hijo para que vivieran cerca de ellos y la familia nunca se alejara,

sumado a que los abuelos querían estar todo el tiempo posible con su pequeño

nieto (que además era el único que tenían).

Todos en el barrio sabían que en otra época, el hogar del pequeñín, era solo una

casa y que su padre creció ahí, como ahora hacía Bruno. Lo único que distinguía a

los dos domicilios era el color azul de la casa de sus padres y el color verde de la

de sus abuelos, sin olvidar el característico sonido del timbre que tenía cada una de

las puerta.

El gusto por la música de salsa era una condición heredada de sus abuelos, los

cuales adoraban bailar y tocar la guitarra en algunas fiestas familiares, una pareja

siempre feliz.


Cada que Bruno se iba a bañar, Laura, su madre, les gritaba a sus suegros que

pusieran el disco de Rubén Blades para que él niño supiera que era la hora del baño

y se pusiera a bailar. La abuela que siempre tenía la ventana abierta para estar al

pendiente de su nieto, acercaba las bocinas a la puerta trasera que daba al jardín

compartido, sacaba el disco que parecia un freesbi negro y lo reproducia para que

Bruno pudiera escuchar bien lo que sonaba de ese tocadiscos (que ya parecia una

pieza de museo).

El pequeño amaba el ritmo de la salsa como nada en el mundo, sus padres ya se

hacían a la idea de que cuando fuera mayor se dedicaría al baile de los ritmos

latinos, a tocar algún instrumento o quizá sería un gran cantante como Ruben

Blades, el próximo Bruno Blades. No obstante, poco a poco ese disco dejó de sonar

tan bien como lo hacía, la calidad se perdió, se saltaba canciones por lo dañado que

estaba y un día, dejó de reproducirse la hermosa música. Lamentablemente, Bruno

ya no quería bañarse y juro no hacerlo hasta que le regresaran el disco que tiraron

a la basura.

El viejo disco de vinilo se desgastó mucho por el uso constante que se le daba y que

durante un tiempo ya ni siquiera lo sacaban del tocadiscos para que Bruno fuera

feliz al bañarse. Las rayaduras eran extremas, que ya sólo servía para jugar al

frisbee en el parque con el perro.

Aquella reliquia fue un regalo de aniversario que la abuela le dio a su esposo, pues

cuando eran jóvenes les gustaba ir a bailar salsa todos los fines de semana en los

salones de la Ciudad de México. Les encantaba recordar esos tiempos escuchando

ese y otros discos viejos para rememorar la juventud perdida.Sin embargo, sabían

que todo por servir se acaba.

El pequeño ya no quería bañarse nunca más y lloraba desconsoladamente cada

que abrían el grifo de la regadera o algún familiar le recordaba el disco que ahora

estaba camino al basurero municipal. Se declaró enemigo de la regadera, alérgico al

jabón y adversario del agua.

Sus padres estaban tan desesperados por el fuerte olor que empezaba a emanar el

niño después de unas semanas de no bañarse y seguía jugando con la tierra como

siempre lo hacía, nunca paró de correr detrás de sus amigos en la primaria,

tampoco detuvieron las clases de karate donde siempre salía sudando y con muy

mal olor.

Los abuelos también se preocupaban por el pequeño y buscaron en muchas tiendas

de música el viejo disco de Rubén Blades, pero no lo tenían en ningún lugar, ya

estaba descontinuado de todos los catálogos y mandarlo a pedir era muy tardado,

además de que no les daban aseguraban que lo fueron a encontrar, sin contar que

los pedidos especiales salían muy caros.

Los padres trataron de confundir al niño con otros cantantes de salsa como: Willi

Colon, Juanito Alimaña, Héctor Lavoe, Frankie Ruiz, Celia Cruz, Cheo Feliciano,

entre muchos otros salseros de alto nivel.



Sin embargo, Bruno conocía muy bien la voz de su ídolo a la hora del baño y solo terminaban hacían que se enojara al querer engañarlo con esa música que no era la de RubénBlades.

Ya cansados y después de dos semanas de que el pequeño no se metiera al agua,

le llevaron una gran variedad de discos de diferentes tipos de música y artistas,

pensaban que quizás alguno de esos músicos le terminarían gustando lo suficiente

para que se metiera de nuevo a la tina y el olor tan fétido que empezaba a salir de

su habitación desaparecería con el tiempo.

Cuando pusieron la cumbia de Celso Piña a Bruno, le dio una hambre incontenible y

comía todo lo que había en la cocina. Como si de un animal salvaje se tratara,

arrasaba con el alimento, de pronto el refrigerado y la alacena estaban vacías,

acababan de comprar cinco kilos de carne y dos de huevo, que ahora estaban en el

estómago del niño.


Intentaron con el Rock and Roll de Elvis Presley, pero el niño no dejaba de correr

por toda la casa, ahora tenían un torbellino que no podía parar en su pequeña casa

y aunque trataron de detenerlo, no podían alcanzarlo con esa enorme velocidad. A

su madre se le ocurrió parar la alocada música del copetudo y solo así, Bruno se

detuvo.



Optaron por qué el nuevo género musical fuera más moderno y compraron discos

de The Killers, unos gringos con canciones bien movidas que solo hicieron que

Bruno empezará a saltar por toda la casa, menos en el baño, le echaron la culpa a

la nacionalidad y el que el niño no entendía lo que decían por estan en ingles.


Regresaron a la tienda de discos y compraron música de un artista argentino que

les recomendaron mucho, un tal Charly Garcia, que solo hizo que el niño empezara

a hablar diferente a como normativamente lo hacía y les dijera;

—¡Qué quilombo! che, mejor dejame tranquilo y ponte esas canciones que

suenan re grosa, viejo. Servirme un mate y hagamos un asado con toda la

familia—.



Los padres estaban cansados de esos malos experimentos, no obstante, no se

darían por vencidos tan fácilmente y le llevaron música ranchera (lo mexicano al

menos le quitaria ese raro acento). Fue turno de Vicente Fernandez, que lo único

que hacía era que el pequeño se pusiera a golpear todo lo que se cruzaba en su

camino y tratar de montar al perro como si de un caballo salvaje se tratara, ahora ni

los animales estaban a salvo.


Ya no quedaban muchas opciones musicales para ponerle a escuchar al niño y se

decidieron por el tranquilo Reggae de Bob Marley que escuchaban cuando ambos

eran más jóvenes, esto solo hizo que se durmiera profundamente y empezara a

trenzar su cabello para hacerse unas rastas como aquel músico Jamaiquino.



El papi de Bruno trajo un disco que escuchaba siempre en el auto, un álbum de

música electrónica que si bien, hizo que el Bruno fuera al baño, no pudo hacer que

se metiera a la regadera, sino que hizo que no lo pudieran quitar del excusado y

ahora la casa olía peor de lo que antes lo hacía.

No encontraban la música adecuada y  ya no conocían a otros artistas.

Uno de sus vecinos solían poner a Juan Gabriel en sus fiestas, los padres del

pequeño que cada día olía peor le pidieron prestado aquel disco e hicieron otro

intento, pero volvían a fallar, Bruno ahora usaba un vestido de su madre y le

hablaba a mariachis inexistentes.



Los experimentos fracasaban uno tras otros; danzón, cumbia, rock and roll,

rancheras, mariachi, norteñas, tango, baladas, salsa y todos los demás discos que

encontraban en las tiendas de música provocaba que el niño hiciera cualquier cosa,

menos meterse a la regadera como ellos querían.

Ya habían pasado tres semanas desde que no se bañaba y todos estaban

desesperados porque se diera una ducha. Trataron de hablar con él, pero no les

hacía caso, la pérdida de la música de RubénBlades causaba una nueva faceta del

pequeño, que antes obedecía sin chistar a los padres y abuelos.

Hicieron planes para bañarlo de alguna manera; trataron de rociarlo con la

manguera del jardín cuando se ponía a jugar, otro día le lanzaron globos con agua y

jabón, pero él era muy ágil y lograba esquivarlos en todas las ocasiones, como si

tuviera los reflejos de un gato.

También fallaron cuando trataron de engañarlo, puesto que en otra ocasión lo

intentaron de timar con darle dulces si entraba a la ducha, él lo hizo, pero nunca le

abrió al grifo para que saliera agua, era un niño muy astuto que logró ganarles a sus

padres y abuelos sin muchas complicaciones.

Un mes y el niño no se bañaba, hongos le salían en los pies, las moscas lo

rodeaban, tenía tanta tierra en las uñas que le empezaban a crecer pasto en ellas,

una nube verde con olores terribles emanaba de él y sus padres tenían que taparse

la nariz con papel higiénico para no vomitar, aunque algunas veces eso ya no

funcionaba.

Los discos se amontonaban en la sala de la casa de los abuelos, el olor del niño

inundaba el ambiente como si un vagabundo viviera ahí y ya nadie de la familia

quería visitar la casa del niño, ni la de los abuelos, pues creían que un zorrillo vivía

en su casa.

La mamita de Bruno cocinaba pescados, pancita, tripas de res, hígados, queso con

olor a pies y otras delicias culinarias que al cocinarlas pudieran contrarrestar el

fuerte olor que había en toda la casa y que fuera más agradable que el de su hijo

emanaba.

Ya no querían jugar con él en la calle y algunos niños le empezaron a apodar como

el aceite, porque no se mezclaba con el agua. Los vecinos tenían miedo que si se

bañaba en ese estado se fuera a tapar el caño de toda la calle y les decían a sus

padres que lo mejor era que lo rociarán con una manguera de bomberos, para que

se le despegara toda la mugre, ademas les aconsejaban de que no olvidaran detrás

de las orejas, ombligo, entre los dedos de los pies y el cuello, pues ahí siempre se

escondía la mugre.

Todos se estaban dándose por vencidos para que él niño se metiera a bañar, ya no

buscaban nueva música que lo hiciera que entrara la regadera, tampoco trataban de

engañarlo porque era muy listo y siempre él era el que los engañaba. La única que

no dejaba de intentar que el niño se bañara, era su abuelita y fue ella la que tuvo la

idea de invitar a un muy muy antiguo amigo suyo a la casa.

Un día los padres llegaron del supermercado acompañados de Bruno, todos

sacaban las bolsas del mandado y desde la ventana la abuela los invitó a que

pasaran a su casa. El niño sabía que era la única que no se rendía y dudaba de sus

buenas intenciones, pero no quedaba otra más que entrar y preparar la huida, por si

de una trampa se trataba.

Cuando abrieron la puerta el niño entró muy orgulloso de que llevaba casi tres

meses sin bañarse y ahí lo vio, en la sala, estaba su ídolo de la hora del baño

sentado con una taza de café. Brunito sabía bien quién era, aunque solo lo había

visto en la tapa del disco de sus abuelos, no había duda, era Rubén Blades.



El niño corrió a abrazarlo, pero Rubén Blades lo detuvo y le dijo que primero tenía

que bañarse, el niño se negó porque no había música que lo inspirara a meterse a

bañarse.

- Haberlo dicho antes, nene, nos ponemos a cantar- dijo sonriendo mientras cantaba

la canción de Pedro Navajas.

Como si se tratara del flautista de Hamelin cuando él empezó a cantar, el niño se

apresuró a bañarse hipnotizado con su música.

Los padres del pequeño niño están sorprendidos de que se fuera a bañar tan

fácilmente y porque Rubén Blades estuviera en casa de los abuelos, sentado como

si de cualquier amigo suyo se tratara. Sabían bien que ya no encontrarian otro disco

como el que antes tenían y se les ocurrió empezar a grabar como cantaba para

después hacer que su hijo se bañara todos los días.

Después de una hora remojándose en su tina para que se le quitara la mugre

acumulada, el niño salió como nuevo; las moscas abandonaron la casa, todos se

pudieron quitar los tapones de la nariz, los hongos de sus pies se fueron por el

drenaje sin tapar los caños como los vecinos temían y así pudo abrazar a Rubén

Blades antes de que se despidiera, pues ese día tenía un concierto que dar, al que

toda la familia fue invitada.

A las pocas horas la familia se enteraron que Rubénles había regalado el disco

personalmente a los abuelos hacía muchos años, pues les conocían como los

mejores bailarines de un viejo salón donde todos los viernes danzaban al ritmo de la

salsa.

Desde ese día, aunque sus padres grabaron el concierto personal a la hora del

baño, Bruno no necesitaba la música de Rubén Blades, ya la tenía en su corazón.

Nunca más hubo mal olor en esas casas, los hongos solo estaban en la comida, los

niños de la cuadra ya jugaban con él y le decían el perfume, pues siempre olía a

flores. La música es parte de su vida, como la mayoría de la gente, sus abuelos le

enseñan a bailar y sus padres a cantar.

A
Rodolfo Angón con don David Maya, patrocinador de nuestro concurso, en El Sitio Maya


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