Dedicado a mi carnal
Davichino que anda en busca de su xolo
Tepotzotlán fue uno de los señoríos prehispánicos que conformaron el valle del Anáhuac y como tal compartía una herencia cultural conformada por los pueblos otomíes, nahuas, chichimecas y las culturas toltecas y teotihuacanas, entre otras. Celebraciones, costumbres, mitos y teologías se hacían eco en la cabecera y el resto de sus barrios y pueblos. El culto a la muerte y a los muertos quizá sea algo de lo que mayormente recordamos en nuestro tiempo. Este gran festejo de los muertos que ellos nos legaron, fiesta respetuosa y a la vez mística, se nutre de cientos de leyendas que han subsistido a pesar del tiempo. Una de ellas, quizá de las más hermosas, atañe al perro mexicano, el xoloitzcuintle. Este animal de singular porte fue inventado por el llamado dios Xolotl (nahual y gemelo de Quetzalcóatl) que al verse perseguido por los otros dioses se convirtió en tres animales que llevan su nombre: el hueyxolotl (guajolote), el axolotl (ajolote) y su preferido: el xoloitzcuintle.
El temible dios Xolotl |
Una vez que el dios Xolotl se libró de sus perseguidores, decidió que a su perro le dejaría una parte de sus poderes divinos, de sus fuerzas de nahual. Por eso en Tepotzotlán se cuenta que los xoloitzcuintles tienen facilidad para curar ciertas enfermedades como el asma y las reumas, además de que presumen una extraña relación con la muerte y con los muertos. Los antiguos mexicanos siempre conservaron un xoloitzcuintle en sus casas y los trataban muy bien, pues cuando su dueño moría también mataban al perro ya que era el único que podría ayudarlo a cruzar los diferentes niveles del reino de la muerte y si su dueño había sido malo con él, entonces lo desobedecería cuando se encontraran en los umbrales del inframundo y no habría quién guiará al muerto que seguramente se perdería en las tinieblas eternas.
Compañero del último viaje |
Los xoloitzcuintles pueden ver a los muertos, a los nahuales y a los brujos. A quienes son espíritus oscuros los ahuyentan de los hogares de sus dueños y mantienen a éstos libres de maldades, prejuicios o brujerías. En los diversos tianquiztlis (tianguis) del señorío de Tepotztolán, principalmente el que se ponía en la actual Plaza de la Cruz, se vendieron nutridamente los xoloitzcuintles por todos los beneficios ya mencionados. En especial la jornada de la celebración de los muertos los pochtecas (mercaderes del tianguis) llevaban un ejemplar raro que contrastaba con sus hermanos de color gris y negro, este xoloitzcuintle presumía manchas rosadas en su piel y eso siginificaba que era el mejor huelemuertos entre los de su raza.
Xolo de piel moteada |
A este tipo de xoloitzcuintle de manchas rosadas lo compraban los brujos y los nigromantes quienes el día de muertos subían a la sierra acompañados de su perro, que por ser un buen huelemuertos, sabría decirles con sus ladridos el sendero por el que bajaban los difuntos a recoger la ofrendas de los altares y así los brujos podrían, mediante la ingestión de plantas poderosas, hablar con los fantasmas para preguntarles la ubicación de tesoros enterrados o bien que les profetizaran el porvenir o quizá el brujo pediría ayuda al muerto para hacer un bien o un mal a alguien y como el muerto vería al brujo acompañado del animal predilecto del dios Xolotl, le respondería a sus cuestionamientos y le ayudaría en sus labores mágicas.
Pueden ver a los muertos cuando bajan por los senderos hasta las ofrendas |
Xolo moteado que se logró captar en la Sierra de Tepotzotlán en el tramo que corresponde a San Mateo Xoloc |
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