Durante la oscura regencia del traidor y
borracho Victoriano Huerta se protegió sobremanera a los funcionarios gringos.
Uno de ellos, que ejercía el cargo de diplomático, estaba casado con Edith
Lousie O´Shaughnessy. Juntos radicaron en la Ciudad de México entre 1911 y
1914. Para nuestra fortuna, Edith tuvo la intención de visitar el alejado
poblado de Tepotzotlán que ya comenzaba a ser famoso por la joya arquitectónica
a su resguardo. Gracias a esa visita tenemos la siguiente visión, corta, pero
quizá una de las más bellas del Tepotzotlán de principios del siglo pasado.
Según sabemos por la
correspondencia que sostuvo con su marido, publicada bajo el título de Diplomatic days (New York & London,
Harper & Brothers·Publisher, 1917) Edith se hizo acompañar de algunos
amigos, pues la inseguridad (como ahora) era cosa de todos los días en los
caminos de México. Por ello, aquella mujer guardaba una pistola debajo de sus
asientos “aunque la carretera (la vieja ruta postal del norte) no es todavía
una madriguera de zapatistas”. Así, los
ojos de aquella dama descubrieron el típico paisaje mexicano de principios del
siglo xx, atiborrado de nubes, verdor, caballadas, hombres rancheros, mujeres
en rebozo, niños de ojos singulares que desafiaban a los nopales en sus juegos
cotidianos. Y por supuesto, las largas hileras de magüeyales atiborrando las
lomas y que “son siempre la perdición del indio”, por aquello del pulque, claro
está.
La comitiva pasó por
Cuautitlán, que les pareció “pintoresco aunque algo melancólico” por la soledad
que se respiraba en sus grandes hosterías. Y cuando por fin alcanzaron a
Tepotzotlán, el conjunto arquitectónico impactó profundamente a Edith. Al igual
que siglos antes le habría tocado al arzobispo Alonso de Montúfar, también ella
halló un colegio abandonado, que aún sufría las consecuencias de las leyes
juaristas. La belleza del lugar no se había velado, aunque el descuido era
evidente, principalmente en el patio cercado de cipreses e invadido por la
maleza y árboles chaparros. Sin embargo, en el interior se deleitó con los
altares churriguerescos que para entonces estaban apagados por la pátina del
tiempo.
Su imaginación se dejó
tentar por los pasillos oscuros del seminario que inevitablemente convocaban (y
convocan) fantasmas. Edith y sus compañeros tomaron el refrigerio en el
claustro de los naranjos y robó su atención una lápida al centro debajo de la
sombra de brillantes Nochebuenas. Ya en la embriaguez de la paz total, subió a
la torre del campanario y gracias a ello, nos ha legado una visión única y sin
embargo tan cotidiana, tan cercana, para los que vivimos en este lugar, amén
que ya hay más de un siglo de distancia. Por si fuera poco, en su epifanía nos
recuerda a una de las mujeres más extrañas que han nacido en Tepotzotlán: la
profeta madre Matiana:
“…al este, oeste, norte o
sur, se contemplan innumerables campanarios rosados, apretujados contra el azul
de los montes. Esta bella escena se repite una y otra vez hasta hacerte llorar
de tanta belleza. El pueblo casi desierto que rodea el edificio de la iglesia,
es el mismo donde nació la madre Matiana
a fines del siglo xvii.
Ella fue la que en su lecho de muerte hizo las profecías sobre lo que habría de
acontecer en México y que se han cumplido tan extrañamente”.
Y cómo no habría de
recordarla si entre las profecías de Matiana estuvo la revolución que amenazaba
la seguridad de la norteamericana y sus amigos.
Edith Lousie O´Shaughnessy (1868-1939) periodista, biógrafa y guionista de cine
*Este texto es un fragmento del libro Ncogüe (crónicas de Tepotzotlán), con el cual Juan de Dios Maya Avila se hizo acreedor al Primer Certamen Estatal de Cronistas "Yoyontzin Nezahualcóyotl" 2025



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