miércoles, 19 de noviembre de 2025

“INNUMERABLES CAMPANARIOS ROSADOS…” (episodios de Tepotzotlán en la revolución mexicana)

 

Durante la oscura regencia del traidor y borracho Victoriano Huerta se protegió sobremanera a los funcionarios gringos. Uno de ellos, que ejercía el cargo de diplomático, estaba casado con Edith Lousie O´Shaughnessy. Juntos radicaron en la Ciudad de México entre 1911 y 1914. Para nuestra fortuna, Edith tuvo la intención de visitar el alejado poblado de Tepotzotlán que ya comenzaba a ser famoso por la joya arquitectónica a su resguardo. Gracias a esa visita tenemos la siguiente visión, corta, pero quizá una de las más bellas del Tepotzotlán de principios del siglo pasado.

Según sabemos por la correspondencia que sostuvo con su marido, publicada bajo el título de Diplomatic days (New York & London, Harper & Brothers·Publisher, 1917) Edith se hizo acompañar de algunos amigos, pues la inseguridad (como ahora) era cosa de todos los días en los caminos de México. Por ello, aquella mujer guardaba una pistola debajo de sus asientos “aunque la carretera (la vieja ruta postal del norte) no es todavía una madriguera de zapatistas”.  Así, los ojos de aquella dama descubrieron el típico paisaje mexicano de principios del siglo xx, atiborrado de nubes, verdor, caballadas, hombres rancheros, mujeres en rebozo, niños de ojos singulares que desafiaban a los nopales en sus juegos cotidianos. Y por supuesto, las largas hileras de magüeyales atiborrando las lomas y que “son siempre la perdición del indio”, por aquello del pulque, claro está.

La comitiva pasó por Cuautitlán, que les pareció “pintoresco aunque algo melancólico” por la soledad que se respiraba en sus grandes hosterías. Y cuando por fin alcanzaron a Tepotzotlán, el conjunto arquitectónico impactó profundamente a Edith. Al igual que siglos antes le habría tocado al arzobispo Alonso de Montúfar, también ella halló un colegio abandonado, que aún sufría las consecuencias de las leyes juaristas. La belleza del lugar no se había velado, aunque el descuido era evidente, principalmente en el patio cercado de cipreses e invadido por la maleza y árboles chaparros. Sin embargo, en el interior se deleitó con los altares churriguerescos que para entonces estaban apagados por la pátina del tiempo.

Su imaginación se dejó tentar por los pasillos oscuros del seminario que inevitablemente convocaban (y convocan) fantasmas. Edith y sus compañeros tomaron el refrigerio en el claustro de los naranjos y robó su atención una lápida al centro debajo de la sombra de brillantes Nochebuenas. Ya en la embriaguez de la paz total, subió a la torre del campanario y gracias a ello, nos ha legado una visión única y sin embargo tan cotidiana, tan cercana, para los que vivimos en este lugar, amén que ya hay más de un siglo de distancia. Por si fuera poco, en su epifanía nos recuerda a una de las mujeres más extrañas que han nacido en Tepotzotlán: la profeta madre Matiana:

“…al este, oeste, norte o sur, se contemplan innumerables campanarios rosados, apretujados contra el azul de los montes. Esta bella escena se repite una y otra vez hasta hacerte llorar de tanta belleza. El pueblo casi desierto que rodea el edificio de la iglesia, es el mismo donde nació la madre Matiana  a fines del siglo xvii. Ella fue la que en su lecho de muerte hizo las profecías sobre lo que habría de acontecer en México y que se han cumplido tan extrañamente”.

Y cómo no habría de recordarla si entre las profecías de Matiana estuvo la revolución que amenazaba la seguridad de la norteamericana y sus amigos.



Edith Lousie O´Shaughnessy (1868-1939) periodista, biógrafa y guionista de cine 

 

*Este texto es un fragmento del libro Ncogüe (crónicas de Tepotzotlán), con el cual Juan de Dios Maya Avila se hizo acreedor al Primer Certamen Estatal de Cronistas "Yoyontzin Nezahualcóyotl" 2025

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario