viernes, 14 de noviembre de 2025

UNA DIVA ARGENTINA Y SU BANQUETE PULQUERO EN TEPOTZOTLÁN

 

Camila Quiroga, de sangre uruguaya e italiana, nacida en Chajarí en 1891, es una de las más grandes histriones que ha dado la Argentina al mundo. En 1906 se afincó en Buenos Aires donde comenzó su vida actoral. Con formación en el teatro clásico, se hizo famosa en las tablas, pero también en el ámbito cinematográfico, tanto en América, como en Europa. En conjunto con su esposo, Héctor Quiroga, fundó una compañía de teatro que pronto se convirtió en una de las más importantes del entramado bonaerense. Camila alcanzó el pináculo de la fama en el año 1919, cuando filmo la película Juan sin ropa, del director francés Georges Benoit. Entre las curiosidades de su carrera artística, estuvo el haber actuado junto al gran cantador de tangos Carlos Gardel y también de la trágica poeta Alfonsina Storni. Incluso, en su compañía de teatro, tuvo bajo su dirección a Eva Duarte, al tiempo reconocida mundialmente como Evita Perón.

Tal fue la fama de Camila, que la escritora chilena Gabriela Mistral, declaró de ella que era “la primera mujer en considerar a Latinoamérica como una sola tierra". Y México no fue ajeno al brillo áureo de la estrella argenta. Entre sus admiradores se contaba al entonces ministro de educación José Vasconcelos, quien creía firmemente que el único arte que podría emancipar el alma nacional, era el teatro, puesto que para Vasconcelos, a los mexicanos todo se les iba en sangre y orgía, tal como declaró en 1922:

“mientras haya pulque y toros, no habrá teatro mexicano, ni arte mexicano, ni civilización mexicana”. Por ello fue que entre 1921 y 1925, invitó a Camila Quiroga a nuestro país y para obsequiarla organizó diversos ágapes y eventos, uno de los cuales se dio en Tepotzotlán. Dejaremos que el propio (criollito) Vasconcelos, desde su libro El Desastre, nos relate sabrosamente la escena:

        “Como lo que vale del México artístico es lo que dejó la Colonia, y estaba de moda por aquellos días la excursión a Tepotzotlán, el bello ex convento próximo a la metrópoli, allí llevamos un domingo a todos los artistas como huéspedes del Ministerio. Contaba el elenco con un buen grupo de muchachas bonitas y jóvenes que actuaban por espíritu de aventura y por conocer mundo. Los poetas, los artistas de la Secretaría, les hicieron cortejo. Se retrataron las actrices bajo los altares churriguerescos, convertidos en reliquia de museo. El extenso y noble edificio estaba abandonado. Y por más que se nos sugerían proyectos para utilizarlo en casa de retiro para intelectuales y artistas, como museo colonial, no pudimos emprender cosa alguna porque nos faltaban en absoluto los recursos más allá de la simple conservación. En la escuela del pueblo había establecido Medellín unos talleres y un comienzo de explotación del gusano de seda, que en otros tiempos fue la industria nativa. 

        El templo, saqueado en parte, descuidado, olvidado, es uno de los más suntuosos ejemplares del churriguera. Mirando los lienzos de orfebrería, altos como        la nave, ricos de imágenes, volutas, palios damasquinados, bajorrelieves, nichos y doseles, se piensa en la armonía complicada y ascendente de los coros eclesiásticos.”

Se sabe que esa noche, se organizó un banquete en el ex colegio jesuita, hoy Museo Nacional del Virreinato. Durante el brindis, una orquesta interpretó los himnos nacionales de México y Argentina. El ministro, embriagado por la velada bohemia, veía con ojos epicúreos a los poetas mexicanos hacer versos en torno a las actricillas argentas y a los pintores nacionales esbozar las siluetas sudamericanas sin pudor ante los Cabreras que desde su forzada piedad los observaban con envidia desde los muros jesuitas. Y entonces llegó el momento de la comilona al más puro estilo tepotzotleca:

“En la terraza del antiguo convento, rodeada de sólidos pretiles, y ante el panorama de un valle ondulado cubierto de magueyeras y de maizales, se sirvió la comida nacional, compuesta de arroces y carnes a estilo campo, que es como decir también a estilo de la Argentina, pues nada hay más parecido a nuestro cabrito al pastor que un asado con cuero argentino. Y se sirvió vino tinto, y una o dos jarras  de pulque para los curiosos que quisieran probarlo”. (Ibid.)

Ándile, que resbaló pronto el buenito de Vasconcelos en la tentación del sacro pulque (¡Hombre, si Quetzalcóatl sucumbió!) y se me hace que también en la lidia, como que —bien dice el pueblo— caen más pronto un hablador que un cojo.  O que de lengua me como un taco. Y hasta dos. Cabe aclarar que el afamado fotógrafo Agustín Víctor Casasola (el mismo que retratara a Villa y a Zapata en torno a la Silla Presidencial), acostumbraba acompañar a Vasconcelos en sus andanzas y gracias a su cámara han quedado algunos lindos retratos que dan fiel testimonio de los que aquí voy contando (no sea que me tilden de largo también).

Por ejemplo, Vasconcelos llama terraza al mirador del colegio y ahí mismo, Quiroga se hace una serie de retratos, primero junto a dos mujeres, luego con miembros de su compañía y un par más donde derrocha su belleza a solas. En el patio de cocinas también fueron recogidas las estampas de dos de sus actores.


Y para fortuna nuestra, y antes de que la comitiva se retirara a Cuautitlán para tomar el tren de regreso a la Ciudad de México, Casasola, logró un bellísimo retrato panorámico de la Quiroga con su compañía y anfitriones frente al atrio del templo de San Francisco Javier. Camila al centro de la composición, partiendo plaza, y de izquierda a derecha, primero dos mujeres, luego dos niñas y detrás de ellas, alineado perfectamente con el estípite de la fachada, don Vasconcelos, celos, celos…

¡Salutis, omnes, con pulque fino y ole también!


Texto: Juan de Dios Maya Avila (Jorobado de Tepotzotlán)

Fotografías: Casasola


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