La
fachada de San Ignacio de Loyola, misma que mira el sur de nuestro municipio,
construida en 1680, antecede en edad a la muy conocida portada churrigueresca
que ha dado fama, entre otros portentos artísticos, a los colegios jesuitas que
hoy comprenden el Museo Nacional del Virreinato. Aunque inscrita en el barroco,
es de una belleza sobria que no pocas veces le hace pasar desapercibida para
las mayorías. No así para quienes entienden en ella el balance y la perfección
de las correspondencias simétricas. Digamos que es una joya diluida dentro de
otra joya. Y que, como hablamos de barrocos, esta joya se comprende de otros
mínimos joyeles que le tupen, casi invisibles, como duendes traviesos. Hablamos
de una serie de grafos que casi que se esconden a la vista del caminante, en
los fundamentos de la torre, tanto en su citada cara austral, como en la faz
interior que mira al oriente. Dos círculos, uno de ellos escareado, algunos
trazos sin sentido, un curioso “altarcito” con las iniciales O.H. e
inmediatamente a su lado las siglas S.C.O.P. y la fecha 11-17-39.
Nos refiere nuestro amigo Mariano Cid
del Prado, que los dos círculos corresponden a marcas que “indican grados de
inclinación, nivelación y hundimiento de la propia torre”. En efecto, son
marcas hechas por trabajadores pertenecientes a la SCOP, siglas de la
Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, la cual entró en funciones,
durante el porfiriato, en el año de 1891 y que tenía a su cargo la planeación,
construcción y conservación de los caminos. La SCOP desapareció en 1959.
Apuntaremos, como dato curioso, que una de sus primeras sedes fue el hoy Museo
Nacional de Arte en la calle de Tacuba. Pues bien, resulta que un 11 de noviembre
de 1939, durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas del Río, los
ingenieros de la SCOP hicieron dichos grafos para apuntar datos técnicos de las
obras de remodelación que realizaban en el antiguo templo de San Francisco
Javier.
Casi hemos dejado develados los signos.
A no ser por el O.H. que parece estar sobre de un altarcito. En la tesis que
para titularse de ingenieros presentaron Adriana Inés Domínguez, Samuel Herrera
Maldonado, Daniel Mora y Jesús Morales Solares (UNAM, 2002), se nos revela que el
O.H. es una marca que se refiere al tipo de suelo (limo y arcilla) sobre el que
está erigido, en este caso, el templo de San Francisco Xavier. La H es una
señal genérica que significa high
compressibility (alta compresibilidad) y la O representa al tipo de
“adición de materia orgánica coloidal (que) hace que el límite líquido de una
arcilla inorgánica crezca, sin apreciable cambio de su índice plástico”.
Así es que damos luces sobre el misterio
que envolvía a estos minúsculos grafos en la fachada sur de nuestro entrañable
templo. Basta decir que, mirando de frente a la entrada, en la jardinera de
lado derecho, subsiste una lápida que marca el lugar de descanso del niño Ángel
Andonaegui y Leguízamo (QEPD), muerto a los 13 meses de edad, un 31 de agosto
de 1868. La cronista Sabel Álvarez, me ha referido que, anteriormente, en el
pequeño atrio frente al templo de San Francisco Javier, había varias tumbas de
personajes, en su mayoría decimonónicos, de nuestro pueblo. Pero que cuando se
remodeló el colegio para hacerlo museo, se les mandó retirar.
* Crónica escrita por Juan de Dios Maya Avila, El Jorobado de Tepotzotlán.
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