martes, 12 de noviembre de 2024

Grafos escondidos en la fachada de San Ignacio de Loyola de Tepotzotlán


La fachada de San Ignacio de Loyola, misma que mira el sur de nuestro municipio, construida en 1680, antecede en edad a la muy conocida portada churrigueresca que ha dado fama, entre otros portentos artísticos, a los colegios jesuitas que hoy comprenden el Museo Nacional del Virreinato. Aunque inscrita en el barroco, es de una belleza sobria que no pocas veces le hace pasar desapercibida para las mayorías. No así para quienes entienden en ella el balance y la perfección de las correspondencias simétricas. Digamos que es una joya diluida dentro de otra joya. Y que, como hablamos de barrocos, esta joya se comprende de otros mínimos joyeles que le tupen, casi invisibles, como duendes traviesos. Hablamos de una serie de grafos que casi que se esconden a la vista del caminante, en los fundamentos de la torre, tanto en su citada cara austral, como en la faz interior que mira al oriente. Dos círculos, uno de ellos escareado, algunos trazos sin sentido, un curioso “altarcito” con las iniciales O.H. e inmediatamente a su lado las siglas S.C.O.P. y la fecha 11-17-39.




Nos refiere nuestro amigo Mariano Cid del Prado, que los dos círculos corresponden a marcas que “indican grados de inclinación, nivelación y hundimiento de la propia torre”. En efecto, son marcas hechas por trabajadores pertenecientes a la SCOP, siglas de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, la cual entró en funciones, durante el porfiriato, en el año de 1891 y que tenía a su cargo la planeación, construcción y conservación de los caminos. La SCOP desapareció en 1959. Apuntaremos, como dato curioso, que una de sus primeras sedes fue el hoy Museo Nacional de Arte en la calle de Tacuba. Pues bien, resulta que un 11 de noviembre de 1939, durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas del Río, los ingenieros de la SCOP hicieron dichos grafos para apuntar datos técnicos de las obras de remodelación que realizaban en el antiguo templo de San Francisco Javier.



Casi hemos dejado develados los signos. A no ser por el O.H. que parece estar sobre de un altarcito. En la tesis que para titularse de ingenieros presentaron Adriana Inés Domínguez, Samuel Herrera Maldonado, Daniel Mora y Jesús Morales Solares (UNAM, 2002), se nos revela que el O.H. es una marca que se refiere al tipo de suelo (limo y arcilla) sobre el que está erigido, en este caso, el templo de San Francisco Xavier. La H es una señal genérica que significa high compressibility (alta compresibilidad) y la O representa al tipo de “adición de materia orgánica coloidal (que) hace que el límite líquido de una arcilla inorgánica crezca, sin apreciable cambio de su índice plástico”.



Así es que damos luces sobre el misterio que envolvía a estos minúsculos grafos en la fachada sur de nuestro entrañable templo. Basta decir que, mirando de frente a la entrada, en la jardinera de lado derecho, subsiste una lápida que marca el lugar de descanso del niño Ángel Andonaegui y Leguízamo (QEPD), muerto a los 13 meses de edad, un 31 de agosto de 1868. La cronista Sabel Álvarez, me ha referido que, anteriormente, en el pequeño atrio frente al templo de San Francisco Javier, había varias tumbas de personajes, en su mayoría decimonónicos, de nuestro pueblo. Pero que cuando se remodeló el colegio para hacerlo museo, se les mandó retirar.  





* Crónica escrita por Juan de Dios Maya Avila, El Jorobado de Tepotzotlán.