Con
el cuento “Verde ocaso", Demian Cervantes, originario de San Juan
Temamatla, se hizo acreedor a una mención honorífica de nuestro UNDÉCIMO
CONCURSO ESTATAL PENSADOR MEXICANO DE LITERATURA ESCRITA POR NIÑOS Y JÓVENES
2023.
Verde Ocaso
La
vieja casa permanecía intacta, sin perder un ápice de esa gracia que invitaba a
ingresar
en ella. El hombre recordó las ventanas, junto con los tabiques
desmoronados
de una bodega vacía, dentro de la propiedad, pero ajena- por alguna
razón-
a la misma. Él esperaba a su padre.
Pasó
como de costumbre, no advirtió la tela plástica que recubría los sillones, le
dio
igual
y se sentó allá, en donde su hermano había estado. Miró las fotografías
colgadas
en la pared, los marcos polvosos, sus padres carcomidos. Fue entonces
que
encontró una imagen en donde estaban ambos, él y su hermano, visitando una
vez
más esa bodega extraña de la que ninguno poseía recuerdos. Era tan extraño,
ni
siquiera habían reparado en que les tomaran tomado una foto.
Los
días en aquel entonces eran gloriosos, sin ninguna alucinación, ni tampoco los
abandonos,
ni la dislexia, ni… Tantas cosas. Luego de dubitar por un tiempo, se
incorporó
del sillón y accedió al patio trasero de la propiedad. El césped era verde,
mucho
más claro que en su recuerdo: Un sujeto extraño saltando la tapia del hogar,
sonriente
sin ningún motivo claro.
Olvidó
por qué estaba ahí, hasta que una sensación metálica en su pecho lo hizo
reaccionar;
de su cuello pendía una llave misteriosa. A falta de conocer su origen,
resolvió
probar con cada puerta hasta dar con la indicada. Para su sorpresa, la
puerta
abría la dichosa bodega. El lugar estaba cubierto de polvo, trató de caminar
con
pasos cortos. Lo único que pudo palpar fue un pedazo de papel que sacó a la
luz
para leerlo.
Los
garabatos enunciaban “El césped era más verde que cuando papá nos
abandonó”.
Aquello –estaba seguro- lo había escrito su hermano, el pobre
comenzaba
a tener alucinaciones desde pequeño y a menudo confundía las
palabras,
leía erróneamente los textos, todo eso le causaba una frustración severa.
El
hombre adoptó una postura meditabunda, su recuerdo empezaba a bosquejarse
con
el de las palabras contenidas en ese papel maltratado, de pronto, cerró
fuertemente
el puño que rezaba dicha frase, al terminar esta acción, recordó de
nueva
cuenta lo que lo había traído a ese lugar.
Ingresó
al interior de la casa, depositó el papel junto con otros documentos y se
dispuso
a subir las escaleras, buscó entre los cajones de cada habitación hasta
encontrar
un alma con dos balas en el cartucho. Bajó a la sala donde se encontraban
los
sillones y volvió a sentarse donde su hermano.
Contempló
lánguidamente las demás hojas que se encontraban sobre la mesa: Un
diagnóstico
médico, una nota de su padre que decía “te veo a las diez en punto”, y,
para
coronarlo, la nota que encontró en la bodega.
Se
recostó cómodamente y se dispuso a descansar; ya entre pestañeos, no
alcanzaba
a notar a su hermano en la foto, ni siquiera su sombra, pero ya era
demasiado
tarde. Escuchó que la cerradura se abría, él apuntó con el arma, estaba
preparado.
Al
llegar su padre, un estruendo se escuchó desde la sala hasta el portón de la
casa,
el
padre corrió entre los pasillos, haciendo una mueca horrorizada al ver a su
hijo
con
un tiro en la cabeza. Sollozando, miró hacia abajo y notó un papel arrugado.
Con
ansia de respuestas, lo leyó: El césped era más verde que cuando papá me
abrazó.